Cuentos

Reflexión sobre los huracanes

Recuerdo cuando el huracán Alex inundó la ciudad, se dañó el concreto de las avenidas y muchas colonias, también se inundó el Río Santa Catarina, las canchas de futbol quedaron sepultadas, los postes viajaron por todo el río, tal vez ya fueron vendidos como fierro viejo en algún lugar de Reynosa. Esa misma semana también el cáncer se había llevado a la mamá de mi mejor amiga. Entre tanta tragedia también había aparecido Marisa. Fue algo muy extraño porque la noche que la vi llovía demasiado, las calles estaban inundadas y sin embargo ahí estábamos, bajo el techo de madera de La Barca del Tec. Pedimos dos tarros enormes de cerveza. Me gustaba lo osada de Marisa, tocaba la batería, trepaba bardas, estudiaba en la Udem, de tres veces que llegué a verla, las tres conducía un coche diferente, una vez traía un Mustang, fue esa misma noche en que la invité a salir, yo me fui caminando al bar para ahorrarme el taxi porque desde que tengo memoria soy el único de mis amigos que no ha tenido su propio coche. Es divertido ver cómo cuando no tienes demasiada expectativa en nada las cosas pueden resultar mejor, es lógico. Yo la recuerdo con su cabello largo, unos jeans con unas chanclas muy coquetas, una blusa de tirantes y unos collares de estilo hippie. En esa época yo usaba converse, tenía el cabello demasiado largo y con flequillo muy al estilo de los Beatles, me veía horrendo, pero por alguna razón andar así me hacía sentir seguro, quizás porque no esperaba que la gente apostara su confianza en mi apariencia. Vale madre todo cuando aprendes desde muy chico a confiar en ti. Tal vez esa era la razón por la que esa chica que tenía tres coches y estudiaba en la mejor universidad privada de la ciudad estaba ahí bebiendo un tarro de cerveza conmigo en el día donde el huracán arrasó con todo y nosotros éramos los únicos conversando en el bar, la escena podía compararse con la de dos jóvenes que se esconden en un hotel huyendo de una persecución militar y desde la ventana al ver el desastre afuera lo único que les queda es conversar para más adelante distraerse haciendo el amor. Ahora que lo recuerdo no le presté mucha atención a Marisa, creo que realmente a ninguna chica le prestó demasiada atención, las idealizo, las vuelvo musas, inspiraciones y de pronto caigo en cuenta que solamente es una fantasía, las personas no son tan interesantes ni inteligentes como uno cree. Al menos Marisa era real, le gustaban los Beatles, la pizza, creía en las reencarnaciones y le su película favorita era I love Huckabees. Le pedí que me la prestara la próxima vez que nos viéramos. No recuerdo dónde fue pero me llevó la película. Siempre pensé que esa película era un buen motivo para volvernos a ver. El día que me la pidió no le hice mucho caso, me hice el interesante y fallé. Me la pidió de nuevo y no se la quise devolver porque sabía que toda nuestra historia terminaría ahí. Creo mi cabeza estaba llena de mucha mierda al ver la película de Amarte Duele donde Martha Higareda se enamora de un vato bien jodido y talentoso. Yo no estaba tan jodido pero tampoco era talentoso. Marisa terminó como el inicio, sin prestarme demasiada importancia, alejada de las redes sociales, y qué bueno porque yo era demasiado insistente y dramático, mi mayor defecto es mostrar rápidamente lo inseguro que puedo llegar a ser. Los huracanes se llevan ciudades, destruyen techos, deslavan cerros, levantan el asfalto, se llevan a su paso lo que pueden, y uno entiende porque muchos llevan nombres de personas, creo que el huracán Alex bien pudo llamarse Marisa.

 

El hombre del telescopio que apuntaba a las lunas de Júpiter, Quetzal Noah

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