Cuentos

El Alucín

Conocí un tipo medio alucín. Su nombre era Vincent Franz. Aunque en realidad se llamaba Jorge Garza. Su nombre le parecía sumamente normal, algo impuesto desde su nacimiento que no había elegido y cambiárselo (aunque no legalmente) fue para él su única victoria sobre la creencia de que podía apropiarse de su destino. Se puso Vincent porque una amiga de él en la universidad le habló de las obras y la vida de Vincent Van Gogh.  Aunque su lenguaje era paupérrimo como para formular su propio criterio sobre el arte él decía: están chidos los cuadros. Y se puso Franz porque en un taller de literatura un profesor le habló de La Metamorfosis de Fran Kafka en la que el personaje principal se convierte en un escarabajo. Por ello, tiempo después se tatuó uno en el brazo izquierdo sólo porque quería tatuarse para tener algo diferente al resto de los demás. Nunca leyó el libro completo y tampoco se preocupó por investigar la nacionalidad de Kafka. Sin embargo, cada elemento de la cultura que iba conociendo lo adoptaba como propio. Venía de una familia de clase media, al sentir que no era pobre ni rico se percibía así mismo como alguien más del rebaño; eso le causaba cierta frustración por lo que buscaba crear una personalidad cool que lo hiciera sobresalir y llamara un poco la atención en donde quiera que estuviese.

Había estudiado ciencias de la comunicación con la idea de que encontraría un trabajo en la televisión o la radio y con ello saltaría a la fama. Su acervo cultural y la mayoría de sus conversaciones eran sobre los tenis de moda, las series y las estrellas de tiktok o youtube. No creerías la cantidad de personas y datos innecesarios puede almacenar una persona que pasa horas en internet sin tener un proyecto personal. Veía todas las series que le recomendaba Netflix o de las que hablaban sus compañeros de clase y sus amigos. Lo hacía porque quería formar parte, necesitaba ese sentido de pertenencia. Le provocaba una ansiedad tremenda no poder elegir algo que le gustara porque su frágil ego le susurraba que el mundo lo juzgaría, aunque no se daba cuenta que a nadie le interesaban sus gustos y nadie se preocupaba tanto por ellos como él mismo.

Quería hablar de todo, pero era experto en nada. Pensaba que era suficiente con replicar las ideas de los youtubers o creadores de contenido que seguía. Un día era erudito en socialismo y al otro todo un comentarista deportivo. Recuerdo que lo conocí en un hostal de Guadalajara. Dijo que estaba ahí porque fue llamado para la audición en un papel como extra en una serie. Hacía castings para comerciales y buscaba siempre que lo invitaran a colaborar en podcasts. No tenía ninguna opinión objetiva porque quería caerle bien a todo el mundo y por ello tampoco causaba gran polémica. Pero el quería ser famoso, ser un personaje, necesitaba ser admirado también porque sus padres y amigos le decían que lo que había estudiado era una basura y no haría cosa de provecho con aquella vocación. Estaba buscando demostrar que era alguien y su vida giraba en torno a validarlo frente a las personas que se cruzaban en su camino.

Su deseo lo llevó a viajar por la Ciudad de México, Guadalajara y volvía tras cada fracaso a su natal Monterrey. Hizo vídeos de viajes, recomendaba restaurantes donde no le pagaban, hizo su podcast donde entrevistaba personas que conocía en la calle y hasta intento escribir un libro con sus poemas chafas que escribía en las notas de su teléfono. Vincent Franz, fracasó en todo lo que se propuso, pero seguía aferrado a su sueño de ser famoso. Cada vez que había una tendencia nueva en redes sociales aprovechaba para tomarla porque tenía esperanza en volverse viral ¿pero para qué quiere uno ser visto cuando no se tiene nada interesante que decir o que aportar?

Vincent Franz vivió durante un mes y medio en aquel hostal de Guadalajara conocido como el Ático. Estaba a unas cuadras del Aurrera de Santa Tere más pegado al lado de la colonia Americana.  A ese hostal llegaban músicos, artistas, pintores, escritores, productores y gente que organizaba la movida cultural y artística en el centro de la ciudad. Vincent Franz se hospedaba con frecuencia ahí. Siempre conocía gente nueva con la que planeaba eventos que rara vez se concretaban. El entusiasmo y la ingenuidad de Vincent hacía que los demás sospecharan de su inteligencia. Todos lo subestimaban, sin embargo, les causaba cierta ternura su optimismo y su mayor atributo era que a pesar de que estaba medio pendejo no dejaba de ser simpático y apoyar en cualquier cosa que le decían que iba a estar chida.

Me daba cierta pena verlo sentado en una banca de Chapultepec bebiendo un dr pepper mientras se forjaba un cigarro orgánico.

Creo que puedo entrar a Big Brother, me dijo aquella vez, crujiendo los dientes y mirando pensativo lo que había a su alrededor. Me pidió dinero para una cerveza, dijo que le iba a llegar una lana de un comercial. Segú él, varias marcas y personas le debían dinero por ciertos proyectos en los que había colaborado. Lo cierto es que Vincent nunca traía dinero. Cuando estaba a punto de prestarle un billete de cincuenta pesos pasó uno de esos muchas Hare Krishnas con túnica blanca, rapado y con un tambor ofreciendo libros de espiritualidad hinduista. Los vendía por una cooperación voluntaria. Vincent le dijo

-Cuando sea famoso te compraré todos.

-¿Para qué quieres ser famoso?

-Para ser importante.

-¿Importante para quién?

-Para los demás.

-¿Y dónde están los demás¡

-No lo sé, pero seguramente cuando sea famoso me voltearán a ver.

-¿Y cuál es tu gracia o talento?

-Le caigo bien a la gente y doy buenos consejos.

-¿Y crees que por ello mereces ser famoso?

 

Vincent se quedó callado. La pregunta le causó cierta incomodidad, en sus labios se trababan las palabras como buscando una respuesta, pero no supo qué decir. Le preguntó al chico de qué se trataban los libros y éste le habló de las encarnaciones de Visnú. Vincent escuchó atento todo lo que aquel dios hindú quería para él.

A la semana siguiente renunció a sus proyectos y vendió sus pertenencias. Se compró sólo dos túnicas de manta, un par de tenis y unos huaraches. Se juntó con aquel joven y se puso a predicar el hinduismo. Cuando lo encontrabas decía que estaba liberado de la prisión del ego y que la fama era transitoria. Se sentía diferente por profesar otra espiritualidad que no era la judeo-cristiana. Se había iluminado, según sus propias palabras.

 

Cuando casi fui famoso, Quetzal Noah

Back to list

Related Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *