Cuentos

Un fin por Guanajuato

De Mónica me gustaba casi todo a excepción de su voz de niña mimada, salvo eso, era audaz, animada, viajera, fiestera, le gustaba perrear, y se podía estar a cualquier hora del día con ella sin aburrirse. Luego de varios meses mensajeando le dije que la iría a ver, ella estaba estudiando turismo en Pachuca y se fue a Guanajuato a hacer prácticas profesionales en el museo de las momias. Mónica rentaba un cuarto en una casa y se consiguió un empleo de tiempo completo como mesera en un restaurante frente a la catedral. Yo aterricé un viernes el León, era temprano, tal vez como las tres de la tarde, tomé un bus a Silao y de ahí me fui en un camión. Tuve que tomar otro en la central de Guanajuato. Siempre me gusta regresar a Guanajuato, no sé si es porque cuando veo sus cerritos imagino a José Alfredo Jiménez inspirándose, con una botella de tequila, su rostro hinchado y su eterna insaciable alegría, cuando camino por Guanajuato suena en el playlist de mi cerebro “Tú y las nubes” llego a la entrada de los túneles y me inundan las memorias, como la vez que salí a la terraza con un chico de Tijuana a fumar hierba en un limón, aquella vez en que mi hostal conocí a Carlos Casasola que me contó que se había ido manejando su jeep por Sudamérica. Llenarme de historias de viajeros solamente despertaba mi deseo de conocer más y más lugares, y no tanto los lugares, sino las historias, yo no colecciono tanta ropa como colecciono historias, una historia es conectar con el pasado, presente y futuro, sirven para tomar tramos más cortos, para inspirar viajeros, para levantar el ánimo, para reír de emoción, sobre todo para salir a buscar las nuestras. Guanajuato es garantía de buenas memorias, como era fin de semana estaba muy concurrido, fui hasta el teatro y di la vuelta para buscar mi hospedaje, era un apartamento tipo loft en las afueras del pueblo, caminando se hacía una media hora, fue un tramo complicado porque estaban muy empinadas las calles y yo cargaba con mi mochila, la mochila es lo mejor para viajar, no tienes que arrastrarla con ruedas porque las ruedas pueden deteriorarse con el suelo, no tienes que ser demasiado organizado para meter toda una vida en ella y además te puedes mover en diferentes ciudades caminando con ella para no tener que dejarla en hoteles. Mi loft estaba en una casa muy coqueta, era un callejoncito con las casas muy pegadas y varios atajos por escaleras. Me dieron mi llave y me salí, se acercaba la hora de abrir la primera cerveza, llegué al legendario Oveja Negra y pedía una caguama carta. Mónica me mandó un mensaje, dijo que se tenía que ir temprano esa noche porque tenía cólicos y quería descansar, pero quería saludarme, así que en un momento libre que tuvo le dijo a su jefe que necesitaba salirse a comprar por artículos sanitarios. Nos vimos afuera del bar, nos saludamos y nos dimos un abrazo, hablamos poco, prometió que haríamos algo el sábado. Me fui a tomar una cerveza al restaurante donde trabajaba, me recomendó ir a Lobos después de la medianoche, lo hice, pedía una cerveza y en la barra había dos tipos de unos treintaicinco cada uno que vivían ahí, me dijeron que el feminismo estaba destruyendo los valores de la familia y la familia es el motor de las sociedades. Luego de tres cervezas pedí un uber, mi loft tenía cerveza y había guardado algunas en el frigobar. Por la mañana me vi con Mónica y desayunamos en un café en uno de mis callejones favoritos, había una pareja junto a nosotros que venía de Nueva York, nos pidieron recomendaciones de Guanajuato. Yo les regalé uno de mis libros. Luego Mónica tenía que entrar a trabajar, yo regresé a mi loft, un ataque de pánico me entró, y comencé a sugestionarme, hace tiempo que me sucedía, entonces mejor me fui a dormir y a tranquilizarme. Por la tarde me fui a visitar el museo del Quijote, un militar durante la guerra civil española le intercambio a un hombre un libro del Quijote por una caja de cigarros, el tipo en su largo viaje hacia México comienza a leer las locuras del ingenioso hidalgo y así va conllevando su duda y su incertidumbre, cuando llega a México su amor por el Quijote crece y comienza su propia colección de ellos. Había quijotes traducidos al árabe, japonés, chino, hindú y al salir de ahí me fui al Pipila, de regreso comí costillas, me dolía la boca del estómago por la gastritis, y me fui a tomar una callejoneada, todos iban en parejas, era el único soltero, la callejoneada consiste en un grupo de personas guiados por una estudiantina que toca guitarra, panderos y mandolina, van contando historias de amor y chistes por los callejones, hasta llegar al Callejón del Beso, al llegar ahí todos se toman fotos en ese lugar. Bueno yo me fui directo a buscar una cerveza, me fui hasta la Oveja Negra, había un par de chicas en la barra bebiendo mezcal. De pronto comenzamos a conversar una de ellas y yo, se llamaba Melissa, dijo que había estado viviendo en Cozumel, estaba rapada, por lo general las personas rapadas son impulsivas. Luego me invitó a seguir la fiesta en un bar de reggae, Mónica dijo que tenía un compromiso, la vi ahí, y la saludé. El lunes que me fui de Guanajuato, nos vimos en el centro, paseamos, me contó que estaba aprendiendo muchas cosas, que quería ser la favorita de Dios, que le gustaba aventada, que tenía mucho valor, y de verdad lo tenía, quería irse a Oaxaca de mochilera un mes a trabajar en Puerto Escondido en el verano. La brisa del pueblo se escondía en nuestros rostros, los sueños los escucharon a la vuelta de cada esquina, la poesía era ahora solamente la alegría del momento, nuestros caminos estaban separados, ninguna espiritualidad era tan romántica como la misma verdad de aquel instante. Mónica y yo cenamos pollo en un restaurante muy bonito cerca de la catedral, luego, ella me invitó un atole de guayaba.

El hombre que apuntaba a las lunes de Júpiter con el telescopio

Quetzal Noah
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