Novela

La morra hippie Cap.1

Tú y esa pinche costumbre culera de irte sin dejar rastro cuando más te traigo ganas. Tú y esa pinche maña tan ogt de dejarme en visto porque se le acabó la batería a tu teléfono o te quedaste sin datos. Y lo que más me caga es que no saber predecir tus movimientos y que cada vez que te veo parece que te transformaste en algo distinto; y eso de ti me apendeja. 

Hubiera preferido saber qué hacer con mi vida antes de conocerte, pero tú me enseñaste que lo que creí que quería no estaba tan chido. Llegaste para dejar un hermoso desastre en mi vida. Desmadraste mi sistema de creencias y me hiciste soñar con la libertad y la poesía. ¿Cómo no querer hacerte el amor? Si llenabas mi cabeza de mundos que no imaginé y cada palabra de tus labios era la filosofía de mis insomnios. 

Te recuerdo ahí, en la plaza de Xilitla, sentada junto a tu paño de artesanías en el suelo. Bebías una michelada en un vaso de unicel mientras tejías un collar de macramé con un jade de Guatemala. El jade era verde pastel y tus ojos cuando el sol de la tarde se hacía menos intenso tenían el mismo tono. Tenías un piercing en la nariz y pecas diminutas parecidas al café molido en tus mejillas. Y tus trenzas rastafari decían de ti: ando sin prisas por el mundo. Había un libro viejo con varias páginas dobladas junto a tus pinzas para cortar alambre. No alcancé a leer bien de qué se trataba pero al menos eso me decía que te gustaba leer. Y ese es el tipo de personas a las que invitarles una chela o un café son una buena inversión, porque te contarán una historia que no conocías o te hablarán de un autor que vale la pena tener en el librero. 

Miré detenidamente lo que había en tu paño mientras pensaba en preguntar algo que me hiciera mantener una conversación interesante. Para que no creyeras que era otro pendejo godín, que quiso desconectarse de la rutina, con sombrero de Indiana Jones en un pueblo mágico y que se empeda con una botella de bacacho y dos micheladas. Pero ¿para qué pensarlo tanto? Si cualquier cosa que dijeras me iba a llevar a querer saber más de ti. Porque considero que el sólo hecho de que hubieses existido ese día, fue suficiente argumento para sostener que las personas que llegan de forma inusual a nuestra vida son las que nos revelan nuestro destino. ¿Por qué pensar tanto en hacer una pregunta interesante? Si tú vendías artesanías y hubiese bastado con que yo me hiciera pasar por un viajero curioso que tiene ganas de escuchar relatos de gente que no se preocupa tanto por el futuro. 

Tú tomaste la iniciativa

-Pregunta amigo, lo que gustes, te hago precio.

-Muchas gracias, ando viendo. 

Me apendejé y me dio pena. Me paralicé tras escuchar tu voz. Era una voz valiente, segura y relajada. 

-¿Dónde compraste la miche?

-Me la regaló un compa que tiene su puesto ahí por el castillo. 

No es que Xilitla fuera un viejo pueblo medieval pero tiene un castillo. El Castillo de Edward James; el principal atractivo del pueblo. Edward James era un gringo con un chingo de feria de los tantos que venían a México a invertir y en uno de sus viajes un ejército de mariposas voló sobre la parte del bosque donde se alza su castillo. Pensó que era una señal divina y decidió construir algo memorable ahí. La obra arquitectónica es de tintes surrealistas porque le mamaba esa onda. Tanto así que después se hizo amigo de Leonora Carrington y se volvió su mecenas en México al igual que el de Salvador Dalí. Leonora pasaba largas temporadas agarrando el pedo ahí, dándole rienda suelta a su talento para las artes plásticas y a la escritura. Quizás lo de la escritura fue algo que le brotó después de que tuviera un breve romance con el dadaísta Max Ernst. 

Y todo eso lo supe al día siguiente luego de que recorrí el castillo y no supiera qué chingados estaba viendo. Porque hay obras muy bonitas que uno contempla sin comprender sus contextos, pero luego de conocer su historia dejan de ser algo ajeno o pasajero y se vuelven parte de uno. Y tú sabías mucho de historia y no sólo porque leyeras, sino también porque cada gente que se acercaba a tu puesto sentía la profunda necesidad de compartirte algo. Y tú como eras tan abierta y libre, te volviste una viajera culta que no pertenecía a ningún sitio. Por eso te movías de un lado a otro. Un día te ibas al temazcal y a comer peyote en Real de Catorce para limpiar la energía y al otro conseguías un aventón a San Pancho o Sayulita para buscar coral y caracoles.  

 

 

CONTINUARÁ

  La morra hippie, Quetzal Noah

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1 thoughts on “La morra hippie Cap.1

  1. Laura Lemus dice:

    ¿Como volverse mochilero?

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