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18. Hamburguesa

 

Le prometí a mis sobrinos llevarlos a McDonalds por una cajita feliz. En el camino les propuse mejor ir a Burguer King y se negaron rotundamente. A mí de niño también me encantaba McDonalds por los juegos y porque aparte de comer me llevaría un juguete a casa. Pedí dos cajitas felices y una hamburguesa con queso para mí. Veía mi hamburguesa pensando en qué se puede contar sobre la hamburguesa. Había una chica en la universidad a la que le decíamos la hamburguesa porque siempre su comida diaria era una de la cafetería, sus enormes cachetes se inflaban de goce en cada bocado. Esas hamburguesas se parecían a las que vendían en la secundaria con una carne de dudosa procedencia y un queso semirancio que les daba un inexplicable buen sabor y lo curioso es que no conocí a ningún chico o chica en la secundaria que se haya enfermado por comerlas. Cuando tenía un mal día y llegaba a casa y mi mamá había preparado hamburguesas mi optimismo por la vida quedaba restaurado. Luego de un largo viaje de mochilero conseguí un empleo como cocinero en un foodtruck de comida vegana, me enseñaron a preparar una hamburguesa de garbanzo, y lenteja con un queso hecho de papa, no estaba nada mal y si nadie te decía que era vegana seguramente ni lo notarías. Llegó la chica sosteniendo una bandeja con nuestra orden. Era una hamburguesa del tamaño de una magdalena. Tenía pepinillos. Detesto los pepinillos. Mientras disfrutaba el sabor de mi efímera hamburguesa recordé que una vez fuimos a un McDonalds del gabacho. Íbamos en la caja de la camioneta de mi papá, tenía un camper. A mis primos y a mis hermanas nos gustaba viajar en la parte trasera. Nuestros papás nos llevaron a McDonalds. Felices y contentos comiendo las papas que sobraron en nuestra cajita feliz vimos que un coche se acercaba a nosotros a la hora de cruzar el puente para regresar a México. Era un hombre de lentes. Se reía de nosotros. Uno de mis primos le aventó una papa frita. El hombre esbozó una risa. Notamos que luego de cruzar el puente nos seguía. Así que todos acordamos en bombardearlo con papas, popotes y sobres de salsa cátsup. El hombre tenía un gesto maquiavélico de ternura. No se le veía enojo. Eso nos atemorizó más. Doblamos en una esquina. Ya no teníamos municiones. Yo sostenía un vaso de refresco al que le quedaban algunos hielos. Lo lancé y cayó sobre su parabrisas. El hombre perdió el control del volante y se estampó con otro coche. Cuando bajó continuaba con su risa. Terminé mi hamburguesa y un hombre muy parecido a aquel sujeto entro. Al salir vi un coche idéntico. Tenía placas fronterizas y la defensa caída.

 

Quetzal Noah

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