Una tarde estaba viendo vídeos en youtube y encontré un músico bastante peculiar. Era rechoncho con una voz rasposa y tocaba la guitarra junto con una armónica. Estuve escuchando sus rolas durante todo el día. Me parecía genial que, aunque su voz no era de las más agraciadas, al menos sus acordes y melodías te dejaban la sensación de haber descubierto un genio o una de esas rarezas que te hacen sentir tan bien que casi no las compartes por temor a que otros no les guste eso que tanto te anima. Durante una semana escuché sus canciones. Tomé mi guitarra y una libreta y me puse a escribir mis historias. Fui a una tienda de música a comprar una armónica y un soporte para colgarla en mi cuello. Lo escuchaba a diario. Trataba de crear algo tan único como aquel talento lo hacía. El verdadero genio del artista trasciende cuando ya no sólo aprecias su obra con cierta admiración, sino que la misma te provoca el alma, te eleva las ideas, te pone cachondo, te asombra una y otra vez, te preguntas si tú podrías llegar a hacer algo así, te vuelve inquieto, curioso y te lleva a querer plasmar una parte tuya en un pedazo de papel, una guitarra, una fotografía, un poema, un lienzo, una pared o lo que se encuentre cerca de ti. El artista se acerca a la inmortalidad cuando con su creación logra que otros celebren su lado más humano. Y la verdad que éste cuate hacía que yo también quisiera decirle al mundo “aquí estoy, soy otro pendejo con guitarra intentando ser famoso, pero creo que tengo algo que ofrecer, si otros pudieron ¿por qué yo no?” Me puse a ensayar mis rolas. Una tarde de sábado me decidí salir al mundo a mostrar lo que hacía. Luego de escuchar una hora a aquel artista supe que era hora de continuar con el sueño. Salí de casa hasta la parada del camión. Le pedí al chofer una chancita para tocar mis primeras creaciones. No me presenté. Me recargué en el respaldo de un asiento vacío. Canté dos rolas en lo que llegaba al centro. Pasé por los asientos pidiendo cooperación y me bajé con cien pesos. Caminé por la calle Morelos y puse la funda en el suelo. Toqué un rato y me echaron monedas. Fui a las afueras de una estación del metro y también tuve una buena recaudación. Al regresar a casa le dije a mis padres que ya tenía trabajo. Era un artista de la calle.
Quetzal Noah
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