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17.Coche

 

Recuerdo que me hablaste de un lugar donde servían buenos mezcales en Ensenada. A veces no sé si ésta historia ocurrió contigo o con alguien más. Lo que pasa es que una serie de sucesos y rostros familiares se repiten en mi cabeza como la cinta de una película. No lo digo porque no lo haya disfrutado sino todo lo contrario, quisiera recordar tu rostro con el mismo detalle con el que recuerdo las lágrimas de las finales perdidas por mi equipo. Sé que llegamos ahí porque te gusta la poesía. Eres una chica que revive con las historias de amor de los libros y si alguien te recita te estalla el deseo, la imaginación y tu piel a lo Juan Rulfo: se vuelve un llano en llamas.  Entre mezcales escuchamos a un trovador suavizar nuestros oídos con la nostalgia del romance. Yo pedí una cubeta de cervezas. Tú no querías beber mucho porque ibas a manejar. Me dijiste que querías disfrutar de mí toda la noche. Yo tomé tu mano. Te ofrecí en infinito entre las yemas de mis dedos. Un par de acordes misteriosos para que las armonías que producen el color de los tallos no dejaran de sonar en tus oídos cuando cierras los ojos. Te hice un juego para que te acercaras a que te dijera un secreto y lamí tu oreja. Me miraste como quien ya no ofrece resistencia a los placeres que el bondadoso destino quiere que disfrutemos para tener de recuerdo en las noches más frías. Mordiste tu boca. Yo sabía lo que tú esperabas que dijera ¿Quieres ir a otro lado? Pagué la cuenta y al llegar al estacionamiento mire no hubiera nadie y te recargué contra la cajuela de tu coche, te subí sobre ella y te besé el cuello mientras mis manos jugaban a explorar las islas remotas debajo de tu blusa. Un guardia se asomó y te apreté contra mí y te pedí que no te movieras para que pensaran de lejos que nuestro acto sólo se trataba de un cariñoso abrazo. Luego subimos al coche. Apretaste mi cara con tus manos y me devorabas en un absoluto idilio. Brincaste a mi asiento y te montaste sobre mí. Te dije que conocía un lugar mejor. Te paraste en seco y condujiste el coche a unos cerros un poco alejados de la ciudad. Cuando llegamos me preguntaste ¿Es aquí? Te mordí suavemente los labios. Te quitaste la blusa. Desabrochaste mi pantalón. Te bajaste las bragas de la falda. Nos pasamos al asiento trasero. Te sentaste sobre mí. Soy toda tuya, me dijiste. Vimos las luces de un coche que se acercaba. Miraste nerviosa y sorprendida. Creo que es mi esposo, me dijiste.

 

Quetzal Noah

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