Cuentos

Superhéroe

 

Superhéroe

 

Me reuní con los poetas un sábado en una vieja casona en el Barrio Antiguo que en ese entonces se llamaba “Art”. La fachada tenía un color azul con dos ventanas enormes; para entrar se tocaba una puerta de madera y alguien abría una rendija y se tenía que decir una contraseña. La casa estaba rodeada de enredaderas. En el primer piso había un estudio de grabación, el segundo era una sala de fotografía, y el tercero era mi favorito: un estudio de pintura, lleno de lienzos, caballetes, manchas de acuarelas por el piso y las paredes, cajones de madera, brochas, pinceles y muchos cuadros surrealistas.

A esa reunión llegó Miguel Ángel, quien escribía rap; nos acompañó Dary que recién llegaba de Europa; de ella nació la idea del grupo. Mientras charlábamos de nuestros textos vi por la puerta subir a alguien. Apenas pude percibir unos pies pequeños, irresistiblemente desnudos, fugaces y encantadores. Hice una pausa para ir al baño. Subí la escalera y di con el estudio.

Ahí estaba ella, sentada, con un vaso de vino en su mano. Todo de ella embonaba perfectamente en esa habitación: la postura de sus manos, la comisura de sus labios, la textura con la que su cabello se fundía con la luz y el color. Verla despertaba aquella pulsión creadora que hace sentir vivos a los artistas y poetas. Platicaba con un pintor; de inmediato supuse que era una de esas chicas grupies del arte. ¿No las has conocido? Son chicas que tienen la boca llena de peces y los ojos bordados con el hilo de las sorpresas; muchas veces se parecen al bosque, puedes caminar por sus hombros y sentir de un instante a otro el borde del precipicio. Son chicas que aman el arte, es decir, aman el arte y a los artistas; imaginan que son folladas por un pintor, un poeta, un músico, un escultor; andan detrás de ellos, no las ves en fiestas a menos que se trate de una reunión de gente con intereses sobre nuevas ideas y exploraciones un tanto filosóficas. Son atentas a toda conversación, se sienten derretidas por la inteligencia, porque esta virtud les ofrece un paraíso sin límites de tiempo o condiciones.

Ella veía con la impasible brisa de su iris cómo aquel pintor mal vestido tocaba el infinito con un pincel. Quería saber su nombre, su helado favorito, su día de la semana menos ocupado, el bar de su frecuencia, si comía hamburguesas o prefería las ensaladas. Me vi junto a ella siendo tan feliz por un segundo, imaginé que nos mudábamos a la playa y teníamos lindos bebés, con sus ojos azules y mi piel morena. De tanto encanto uno piensa que está en otra dimensión y se congela. Eso me pasó, me detuve, me regresé a la mesa con los poetas a fantasear de lo acontecido.

La semana siguiente nos reunimos en el mismo sitio. Dary regresó a Europa. Éramos pocos poetas, cada vez menos, y yo esperé a que la chica se fuera. Tal vez se bebió unas dos botellas de vino. Eran cerca de las siete de la tarde cuando salió. Yo esperaba en la entrada de la casa. Me acerqué, platiqué con ella, no hablaba tan bien español, porque era francesa. Tuvimos una de esas breves conversaciones con las que cualquier hombre poco agraciado como yo se puede ilusionar intensamente. Mientras caminábamos me dijo que se dirigía a la zona Tec. Pensé en irme en el mismo camión, pues me quedaba cerca. Anduvimos por la calle Morelos y nos detuvimos en la esquina de las pizzas. Subimos al 209. Reía mucho y yo estaba feliz. Viajaba con una chica francesa de ojos azules en un camión con rumbo al Tec. Era más hermosa que todas las chicas de Monterrey con las que había salido y no era presumida. Se bajó y nos despedimos. Regresé varias veces a tomar el camión por ahí para ir a la universidad con la esperanza de encontrarla. Le escribí un poema y se lo traduje al francés.

El sábado la vi de nuevo en el estudio. La encontré sentada leyendo un libro sobre historia del arte. Me acerqué y le dije:

-Ten, me dijeron que te lo diera.

Me miró y me preguntó:

-¿Qué es?

-Mi corazón -le respondí.

Abrió la nota y sus mejillas se sonrojaron. No podía creerlo. Todavía existían chicas que se sonrojaban con la poesía.

-Me gustan los escritores. Sobre todo, los poetas.

-¿Por qué?

-Pueden hacerte el amor sin tocarte. Te estremecen la piel con las palabras. No son humanos.

-Más que poeta; soy un superhéroe.

-¿Y cuál es tu superpoder?

Ella se rio. Hay un montón de estupideces que decimos los hombres que pueden hacer reír a la chica correcta.

-Puedo hacer que llueva. ¿Quieres ver?

Subimos por la escalera que daba a la azotea. Ella llevaba un vestido corto de color azul. El día estaba soleado. Cerré la puerta con cerrojo. Una mesa de madera estaba al centro y de fondo teníamos el Cerro de la Silla. Le pedí que se sentara en ella. Subí su vestido y coloqué mi cabeza entre sus piernas. Una prodigiosa lluvia se precipitó desde su pubis y nos empapó de felicidad.

 

 

El hombre del telescopio | Quetzal Noah

 

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2 thoughts on “Superhéroe

  1. Lorenzo dice:

    Me encanta este tipo de poesia. No es larga, te dice mucho y entiendes todo. Excelentes relatos.

  2. Katia González dice:

    Amo cada párrafo escrito por Quetzal, es tan bello te dicen poco y entiendes mucho ✨❤️

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