¿Cuánto te dura la juventud? ¿Cuánto tiempo crees que podrías ser famoso? Me pregunté luego de bajarme del coche. La aplicación del uber indicó que conductor llegaría en cinco minutos. No le presté mucha atención ¿Alguien de verdad revisa el nombre del conductor de las aplicaciones? Nos hemos vuelto tan automatizados que damos por hecho que es un humano el que viene. Era una tarde de sábado. El coche llegó a mi domicilio. El conductor llevaba unas gafas oscuras y tenía una caja de cigarros a la vista.
La avenida Constitución estaba congestionada por un accidente de tráfico, así que tomamos un atajo por el Barrio Antiguo. Pasamos frente a La Tumba. Recuerdo ese lugar, la última vez que estuve ahí fue porque me contrataron para trabajar de mesero. Tenía una amiga que era la encargada de la planeación, fue ella quien publicó en facebook que solicitaban personal para cubrir un evento por la noche. Pagaban quinientos pesos por el turno más las propinas. Era costumbre mía tomar trabajos de mierda para poder tener algo de dinero y sobre todo tiempo, porque si eres escritor no necesitas tanto dinero como piensas; lo que en realidad necesitas es tiempo. Sentarte a escribir encerrado en tus ideas y no dejar que nada te distraiga durante horas o días. Le mandé un mensaje a mi amiga.
-¿De qué se trata el evento?
-Es un recital de poesía.
-¿Un recital? ¿De quién?
-De Andrés Ortega
-¿El poeta de los vídeos?
-Ese mismo.
Andrés Ortega era el poeta del momento, un fenómeno del internet. Tenía un canal en youtube con cien mil suscriptores, la mayoría eran chicas. Era un tipo apuesto, siempre con un cigarro en la mano cuando abría sus libros para leer. Su cabello era brillante y pasaba la mano por su fleco para peinarse cuando terminaba de recitar, era un gesto coqueto y característico de él. Sus fans amaban que hiciera eso. Andrés Ortega escribía sobre coger, las prostitutas, la cerveza, la locura y la nostalgia. Al terminar sus recitales siempre había un par de chicas esperándolo, bebía unos tragos con ellas y al final se iba con la que más le gustara. Era un pendejo que escribía cosas simplonas para el público en general. Era un rockstar de la poesía comercial. Yo le tenía cierta envidiaba y en el fondo quería ser como él. Quería su fama, su carisma y tener el poder de escribir y provocar sentimientos de calentura, asombro y melancolía entre la gente. Viajar cada fin de semana a una ciudad y hospedarme en un pueblo mágico para sacar una foto de mi café y mis chilaquiles en una terraza concurrida.
La comunidad de escritores de la ciudad hablaba mal de él. Decían que gracias a él la poesía era corriente y simplona. Que su estilo era una moda. Pero, estoy seguro que muy en el fondo, cuando hablamos tan seguido y tan mal de un pendejo es porque deseamos ser como él o tener algo de su suerte. La gente más estúpida y con baja autoestima le da demasiada importancia a gente famosa a la que no le interesa en lo más mínimo su vida.Sin embargo, tenemos que aprender algo de aquellos que están logrando las cosas que nosotros quisiéramos alcanzar; al menos para entender mejor el camino y conseguir experiencia.
Fui a un ciber e imprimí un par de textos. No hay que descartar cualquier oportunidad. Estaba emocionado, sentí que aquel día se manifestaría la señal del destino que tanto había esperado. A veces la suerte de un perdedor depende de que otro pendejo esté de buen humor.
Llegué alrededor de las seis de la tarde. Me pusieron a acomodar sillas. El escenario estaba en el patio. Era un patio de una casona, cabían alrededor de cien personas. Las mesas eran altas, al estilo de aquellos bares donde siempre tienen promociones de cubetas. Como a eso de las siete de la tarde llegó la estrella. Traía una chaqueta de piel, botas vaqueras, unos jeans que me hacían verse más rudo. Entró con una chica, era su manager. Fue hasta el fondo del escenario para revisar el equipo de sonido. Encendió un cigarro y luego escuché que me llamaba mi amiga. Me dijo que me encargara de todo lo que él necesitara. Me acerqué a presentarme.
-Hola Andrés. Mi nombre es…
Le dije mi nombre y me pidió una cerveza indio. Cuando regresé pude contemplarlo mejor, sus ojos mostraban cierto cansancio, estaba más flaco que en sus vídeos y no era muy alto. Ya no parecía un rockstar , ya no se veía tan imponente. Era una persona que escribía y que quizás tuvo algo de suerte para llegar a donde estaba. Ese día aprendí que si tienes la oportunidad de conocer a un escritor o poeta famoso lo mejor es no aprovecharla, porque te vas a decepcionar. Aprendí que si conoces a un escritor o poeta famoso evites preguntar ¿qué te inspiró? ¿cómo le haces para escribir? Y la más importante ¿puedo enseñarte algo de lo que escribo? Porque seguramente no lo van a leer; es decir, ellos son escritores, no editores.
-¿Sabes? Yo también he escrito algunas cosas.
-Ahh. Qué chido.
Saqué de mis pantalones un pliego de hojas dobladas y se lo enseñé. Sólo las tomo y las guardó en su chaqueta. Encendió un cigarro y dijo:
-Lo voy a leer.
Tuve un poco de esperanza. Pero ¿de qué me sirve que un escritor famoso me lea? ¿Haría alguna diferencia? Me sentí un pendejo desesperado por aprobación. No debí hacerlo. Andrés Ortega era muy buena onda siempre y cuando no te acercaras demasiado a él y no intentaras buscarlo para decirle que tú también escribes. Era normal conservar cierta soberbia; es parte del ego en un artista, no se llega a lo más alto escuchando y dando consejos a todo el que se acerca.
Sus fans fueron llegando temprano. Los chicos que querían coger esa noche llevaban a la chica que les gustaba a que escuchara a su poeta favorito. Unas cuantas mujeres divorciadas y madres solteras llegaban con alguna amiga. Había chicas muy bonitas y tímidas con sus libros en la mano esperando encontrarse con Andrés. Algunas le llevaron flores, otras dulces típicos de la región, botellas y los entusiastas de la escritura un par de borradores engrapados con poemas inspirados por él.
Andrés Ortega subió a la tarima entre los gritos y aplausos de sus fans. Algunas le gritaban te amo y otras hazme un hijo. Se detuvo frente al micrófono. Lucía inalcanzable, el escenario le otorgaba cierto poder y por momentos parecía que su destino desde que llegó al mundo había sido brillar y hacer que la luz de su destello fuera agobiante e inmamable para otros. Tenía apenas 28 años con tres libros que habían vendido más de diez mil copias en un país como México donde el promedio de lectura de una persona común y corriente es de medio libro al año.
Andrés pidió una botella de tequila antes de comenzar, un cenicero y una cubeta de cerveza con hielos. Todo estaba junto a su mesa. Se sentó en un banco alto, encendió un cigarro y abrió su libro y dijo el nombre de su poema: Terminales nerviosas.
Un suspiro colectivo se escuchó por todo el patio. A algunas chicas se les agitó la respiración y otras sintieron una presión fuerte en el pecho. Entre poema y poema se acordaba de una anécdota personal que le resultaba graciosa al público. Los aplausos y las risas fueron provocadas por el poeta durante casi tres horas. Quizás la euforia del momento y el brillo de esperanza en los ojos de las chicas, le hicieron creer a Andrés Ortega que se merecía el público que tenía y que siempre sería famoso.
Cuando el show terminó se colocó una mesa junto a la tarima. Su representante puso algunos libros y puso orden al ejército de fans que rápidamente rompían las filas para tomarse una foto o para que les firmaran un libro. Su representante anunció que si querían una foto con él eran doscientos pesos. Yo me quedé pensando ¿Es neta vato? La gente pagó quinientos pesos por venir a verte, te compraron libros y hasta te trajeron regalos. Andrés Ortega podía hacer eso porque era la sensación y la gente cree si un artista es mamón es porque no los merece y por ello deben demostrar que eso no es cierto pagando más dinero.
Andrés Ortega era como un jugador de las Chivas o el Cruz Azul: jugaba con las ilusione de sus fans. No había mucha diferencia entre él y un jugador de futbol: desconocen que su momento va a pasar y cuando se dan cuenta ya es demasiado tarde. La vida es tan cabrona que te trae de regreso a ciertos sitios para recordarte la humildad.
Andrés terminó muy borracho. La última vez que lo vi en persona fue esa noche en el baño de aquel lugar. Se estaba fumando un cigarro y se iba de lado sobre el gran urinal. Casi se caía y lo ayudé a levantarse. Entre a revisar la taza del baño y encontré una bolsita con lo que parecía ser leche en polvo y un pliego de hojas tirados. Eran mis textos. Andrés no los leyó y tampoco tenía obligación de hacerlo. Pero Andrés Ortega era especial: si sentía que alguien tenía más talento que él en lugar de impulsarlo, buscaba la posibilidad de derrotarle el ánimo para que no sobresaliera y así seguir perpetuando su nombre. Algo así como Vicente Fernández con el regional mexicano.
Unas semanas después por mis redes sociales, vi que Andrés anduvo en Mexicali, Tijuana, Durango, Tepic, León, Guadalajara, Mérida, Villahermosa, Cancún, Tuxtla y muchas otras ciudades. A donde quiera que iba llenaba. Grandes negocios y marcas lo buscaban, pero a veces se las daba de muy mamón y les decía que: no era comercial. Dejó escapar muchas oportunidades para hacer dinero. Siempre publicaba historias de la ciudad en donde andaba y las botellas caras que pedía en el bar más famoso a donde quiera que fuera. Me di cuenta que entre más veía su trayectoria yo me aguitaba y dejaba de enfocarme en mi obra y mi vida. Dejé de seguirlo, abrí un blog y publiqué mis escritos durante dos años a diario sin parar.
Una amiga que era muy fan de Andrés Ortega fue a su última presentación en el Gran Teatro de la Ciudad. Habían pasado seis años desde entonces. El boleto más barato costaba setecientos pesos. No fueron más de treinta personas.
A mí me ha ido bien. Hice una editorial, compré un coche, le ayudé a varios escritores a publicar su libro y ahora voy camino a dar una conferencia frente a trescientas personas en el auditorio de una universidad muy reconocida. La aplicación me notificó: estás por llegar a tu destino. El conductor vio que había una gran fila para poder estacionarse y dijo
-Yo un día me iba a presentar aquí.
-Lo sé.
Saqué de mi saco una tutsipop.
-Toma, deja de llorar.
Me bajé de mi coche y la aplicación me preguntó ¿Cuántas estrellas le quieres dar a Andrés Ortega?
«Cuando casi fui famoso»
Quetzal Noah