Novela

Fracasamos intentando ser alguien en la vida de quien no nos tiene en sus planes

 

¿Qué se sentirá gustarle a la más bonita de la escuela? ¿Qué se sentirá saber que ella te piensa antes de dormir? Debe ser uno de esos sentimientos reservados por la sabiduría divina. Desde que tengo memoria nunca me he enterado de que en realidad le guste a alguien. Sobre todo los chicos con pocos atributos físicos como yo nos hemos rendido ante dicha posibilidad y no queda más que desarrollar otros talentos como dibujar, componer canciones, tocar la guitarra, salir a correr, leer muchos libros, tratar de ser graciosos, tener charlas de temas interesantes, a falta del estereotipo de belleza hemos tenido que cultivar otras cualidades. Me pregunto ¿quién le gusta a ella? Si tengo la posibilidad de desviar su atención hacia mí con detalles, con palabras, con poesía, con este latente espíritu de recorrer con ella toda la ciudad y tener distintas historias en cada esquina donde nos devoraríamos a besos, pienso con optimismo que podría darle la felicidad que ella merece, sin embargo ¿Querría ella ser feliz? Me ha dicho de ese deleite casi surrealista que tiene al estar triste, lo disfruta, se ha enamorado de esos periodos donde se siente rota, su estado melancólico la pone creativa y con su sublime voz podría calmar a un ejército si se lo propusiera; estoy seguro de ello. Por la mañana tengo una leve resaca. No tengo ese arrepentimiento que comúnmente me acompaña después de beber. Tal vez es porque al revisar el teléfono no he perdido la dignidad en un mensaje sin respuesta. Me pongo a revisar mis notas, no se ha ido este hábito de dedicarle unas palabras frente a una hoja de papel, estoy en un proceso de desencantamiento, me estoy resistiendo seguirle inventando virtudes en actitudes que yo exagero. Por ejemplo, una tarde preparó una comida en su casa para mí, a partir de dicho acto he creído que es de naturaleza noble, que su corazón de piedra tenía actitud de mina, que mi paciencia y mis detalles terminaron por convencerla de que en realidad hacía falta en mi vida ¿cómo una musa? No, no lo creo, esa es una aspiración muy vanidosa y ridícula, más bien; veo en ella mi compañera y complemento, veo dos seres dotados de sensibilidad inspirados por el espacio, los cometas, creando teorías de esa sutil coincidencia por encontrarse a pesar de tantas variaciones del camino en este multiverso. Esta serie de ideas me ha llevado a perderme de su realidad y a veces me siento tan idiota por no saber lo que ella quiere; habría sido más sencillo decirme que no me quiere en su vida. Es un poco masoquista pensarlo, pero, tal vez le guste tener a un pendejo dispuesto a todo por ella ¿quién no ha ilusionado a una persona que en el fondo sabemos que no es indispensable en nuestra vida solamente para evadir nuestra extraña soledad? Me levanto de la silla, me preparo un café y reviso las noticias en el celular, ha subido un vídeo cantando un cover, me resisto a verlo, no quiero que nadie lo comparta, me caga que sea tan bonita, tan talentosa, tan independiente, me caga saber que no he aportado nada de valor en su vida. Me cruza instantáneamente el pensamiento de irme de la ciudad, tal vez ya es hora de ir arreglarme el corazón a la playa o a un pueblito. Abro la ventana del explorador para buscar ofertas de vuelos, la última vez que me fui así fue cuando estaba en Cabo San Lucas, tras tres semanas de pisar su arena fría como un auténtico vagabundo del dharma me dirigí al aeropuerto con una bolsa llena de monedad que junté mostrando a las personas que paseaban por la Plaza del Marlín la luna a través de un telescopio. Recuerdo en las pantallas de las aerolíneas que el único destino disponible para ese día era Guadalajara. Cuando sientes que un lugar ya te ha enseñado todo lo que necesitabas aprender es momento de continuar con el viaje. Acumulas ciertas energías en tu trayecto de las cuales tienes que desprenderte para que tu paso sea más ligero. No son en su totalidad buenas ni malas, lo que tienes que descubrir es la forma de mantener el equilibrio y la mente en el ahora. El celular vibró, era un número desconocido. No acostumbro a contestar el teléfono a no ser que se trate de un amigo cercano. Tal vez eran los del banco que me querían ofrecer una tarjeta de crédito.

 

CONTINURÁ

                                                                                                  Principio de resistencia | Quetzal Noah 

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