Por más que quiera escribir como Benedetti nunca tendré ese aroma a melancolía que me recuerda a los tangos, al tranvía y al Río de la Plata nublado. Quizás porque no pasé mi juventud o mi adolescencia por allá en los barrios de Montevideo. También porque obvio, no soy Benedetti; aunque trato de leer más libros de los que me alcanza con mi casi siempre poco tiempo para ampliar el bagaje de mi léxico con jergas y juegos de palabras. Porque uno no puede escribir lo que no es, lo que no siente, lo que no conoce (a menos claro de que esté tratando de escribir una ficción o una fantasía) en la expresión poética se nota la verdad de lo que a uno le rodea. Y si bien, puede parecer pobre lo que escribo; al menos es real y da fe de que soy un humano con carencias, privado de ciertos privilegios y también del conformismo que hace más duradera la felicidad. Yo puedo escribir de cerveza, futbol, la secundaria pública, el taller de mi papá, los domingos con la carne asada y esos viajes en carreteras viendo el paisaje mexicano escuchando en una radio de casete una cinta de los Temerarios, los hippies de San Cristóbal, el tenebroso desierto de Atacama, las montañas de Bariloche o la fiesta en Zicatela. Porque esas son mis vivencias, mis propias cosas. Esas cosas, las más normales, las que parecen insignificantes, son en esencia la marca personal de cualquier escritor para construir su estilo. Algunas personas me dicen: yo quiero escribir como tú; me río de esa tierna ingenuidad de que no noten lo mal escritor que soy. Y les digo: no, no escribas como yo, ni como Benedetti, Bukowski, Withman o Dickinson, etc; escribe como tú, lo que te desagarra, los recuerdos tristes, los lugares de tu infancia, tu primer juguete, el mejor día en la secundaria, tu primer peso, o lo que ves en un día tan rutinario cuando vas de tu casa al trabajo.
Pero no escribas por dinero. Ya hay muchos que hacen por eso y vieras lo malos que son. Tampoco por fama o reconocimiento porque luego te aburres de lo vacío que es pretender ser alguien con algo que no se disfruta. Escribe sólo porque de tu surge esa necesidad que nadie te podría arrebatar a pesar de que intentaran alejarte del bosque de las palabras. Los libros son ramas de este infinito árbol de la escritura. Para coger sus frutos, debes recorrerlas con deleite. Y recuerda que tú también eres un libro que ha comenzado escribirse.
Quetzal Noah