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FUE UN DÍA LARGO

Desperté temprano. Tenía una cita en el taller de vidrios para auto luego de que el fin de semana mi coche fue afectado en la aletilla trasera. Lo curioso del caso fue que no se llevaron nada, y eso que a la vista saltaban un par de libros. Tal vez eran ladrones incultos. Llegué a la oficina del taller a las diez de la mañana, un ejecutivo de mi aseguradora se encargó de tramitar mi cita. Yo abrí la puerta y vi en recepción a dos mujeres que atendían a un par de hombres. Una de ellas al verme me dijo que me saliera ya que no podían estar más de dos clientes en la sala. Luego de diez minutos ingresé a la sala. Me dijeron que tomara asiento. A las diez con treinta la mujer me pregunta el motivo de mi visita y le dije que tenía una cita para reparar el daño en mi coche ¿Tenía cita? ¿Por qué no nos dijo? Los que tienen cita pasan primera, dijo en un tono molesto. Pues usted no me preguntó, yo llegué y lo primero que hizo fue decirme que esperara, no me preguntó si tenía cita. Ella insistió en que lo había hecho mientras el tono de su voz se alzaba y yo hacía lo mismo. A veces éstas personas luchan todo el día por tener la razón que se sienten con el derecho de hablar de tus hechos desde una perspectiva que no ocurrió. La mujer dejó de discutir y tomó mis datos. Dejé el coche y salí a la avenida a pedir un taxi de regreso a casa en medio de un día insoportablemente soleado al mediodía.

 

Todo normal al regresar a casa para ir al gimnasio con mi chica, salvo por el conductor del uber que venía muy rápido y al parecer estaba mentando madres porque tenía prisa. No sé de qué. Al regresar de nuestras rutinas decidí ir a cortarme el cabello en lo que ella preparaba su ceviche especial. Busqué una barber en google y caminé casi un kilómetro y ya no existía. Mi chica me había pedido un agua mineral para preparar con un clamato que tenía desde el domingo. Al llegar a casa me pidió abrir la botella. En un inútil intento con todas mis fuerzas y mi camisa me sentí retado por el sello circular de la tapa. Tomé un cuchillo y fallé a la primera. A la segunda perdí la trayectoria del objeto y me clave la punta en mi dedo más gordo. La sangré escurrió por el piso. Me asusté al ver un ver la carne triturada y bolitas amarillas que salían de mi piel. Agarré una toalla para detener el sangrado. Sentí que mi dedo se iba enfriando. Pensaba en apretarlo cada vez con más fuerza para que no se me cayera. No tenía alcohol ni gasas. Pedí un uber para ir a una farmacia del doctor de la botarga. El uber tardó una eternidad relativa a lo que se sentía estarse desangrando. Se pasó por unos metros del domicilio. Bajé de inmediato. Eran las tres en punto. Llegué al consultorio y toqué la puerta. Salió una doctora. ¿Qué te pasó? Me corté con un cuchillo. Ah, es que ya voy de salida. Ya viene el otro doctor. No podía creerlo, no le intereso ver mi herida ni deshonrar el juramento de Hipócrates. Pensé que sería mejor ir a la farmacia de enfrente. Crucé la avenida. Mi dedo se enfriaba. Para mi fortuna las consultas terminaban a las tres de la tarde. No me quedó más remedio que esperar otros quince minutos al médico. Ante el temor de seguir desangrándome le marqué a mi mamá para que me recogiera. Al fin llegó una doctora que amablemente me hizo tres puntos de sutura. Mi mamá me esperó. Me llevó a casa y comimos juntos. Me llevó a recoger mi coche.

Luego de que me entregaron el auto por fin pude pasar a cortarme el cabello. En la barbería sólo había un hombre de unos setenta años atendiendo. Me senté para darle indicaciones del corte. Me contó que tenía cincuenta y nueve años en el oficio. Que en San Pedro duró treinta años trabajando dando sus servicios a políticos, futbolistas, músicos y uno que otro personaje de la farándula. La barbería era una franquicia. Me quedé pensando en que ¿por qué después de tantos años y con sus conocimientos no puso su propia barbería? Cuando quedé listo quise pagar con tarjeta pero su terminal no funcionaba. Dejé un libro que llevaba en la mano en una mesa como garantía. Fui a sacar dinero al cajero de un seven eleven. Le pagué exacto. Tu libro, se te olvida tu libro ¿yo para qué lo quiero? Aquellas palabras fueron la respuesta a mi pregunta. Tal vez no puso su propia barbería porque no había abierto un libro.

Y fue así que este día largo supe que hay gente que no está al servicio de su vocación y otros que sirven tanto que se olvidan de que pueden tener lo suyo.

 

Quetzal Noah

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