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PENSAR FUERA DE LA PECERA

El fin de semana pasado visité City Market, un supermercado en el municipio más rico de Latinoamérica. Debo admitir que cada día esto más convencido de que no se debe subestimar el poder de las redes sociales; pues yo visité éste supermercado movido por la curiosidad heredada luego de ver de un montón de tiktoks de aspirantes a influencers mostrando la razón del por qué éste lugar es más visitado que el Museo de Historia Mexicana: la carne Kobe. Éste es uno de los sitios privilegiados en México que venden ese manjar de las reses japonesas. Para que estés convencido de ello, frente a los mostradores de la carne se levanta una columna con una placa dorada escrita en lengua nipona y con una foto de unos japoneses en traje. Aunque yo en realidad vi un trozo de carne cualquiera estoy seguro que su sabor debe ser distinto, pero no debemos descartar la posibilidad de que sea una suposición que existe en la imaginación colectiva de la gente que paga por ese trozo de carne el aguinaldo de un albañil; el sabor podría estar relacionado con la sensación de merecer nuevas texturas al paladar por tener un alto poder adquisitivo. En fin. En ese piso de las carnes había una sección de comidas con barra muy al estilo mercado europeo. Se podía pedir desde un ceviche peruano hasta una paella valenciana. Una de las barras tenía en el centro de su cocina una enorme pecera con ejemplares acuáticos coloridos y otros horrorosos. Contemplé durante unos minutos la escena mientras esperaba mi porción de tortilla española. El hábitat de aquellos peces era muy pequeño. Lo único que hacían era darle vueltas a la pecera. No tenían depredadores. No se podía ir más allá de su horizonte. Se movían como una reina en el tablero de ajedrez: con total libertad sin olvidar que tienen un espacio limitado. En ese momento me entró una duda existencial. Cogito ergo sum. ¿Sabrán aquellos peces que al no tener peligros ni problemas para buscar alimento solamente están existiendo? Existiendo en una pecera de un lado a otro. Tal vez no. Tienen memoria de corto plazo. Cuando uno de ellos esté a punto de pensar en que su vida no tiene ningún valor más que el de ser un adorno podrían deprimirse e intentar salir de la pecera; pero en pocos segundos se olvidarían. No subestimemos el valor del tiempo: pues bastan unos segundos para amar a una persona y menos de dos para tener una idea genial. Tal vez no somos tan diferentes a los peces de la pecera. Nos levantamos para ir a trabajar, recorremos la misma ruta, saludamos a las personas de siempre, esperamos que se apague la luz para descansar y luego nos levantamos para seguir existiendo. La única diferencia es que nosotros podemos pensar (si es que queremos) por periodos más prolongados y darle sentido a las acciones con las que salimos a mostrar que existimos. Tal vez un día nosotros aprendamos a salir de nuestra pecera.

 

Quetzal Noah

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