El día que me declaraste tu sorpresiva partida sentí como si me dieran un balonazo en los huevos jugando futbol, como cuando andas bien erizo y se te rompe el último cigarro, como cuando ya no traes pesos en la bolsa y se te rompe la mitad de tu última caguama, me dejaste con el carbón prendido y te llevaste el ribeye, me dejase como un diciembre sin aguinaldo, desde entonces los días se sentían como ese eterno domingo de cruda cuando no quieres salir de casa y te quieres quedar viendo películas en tu cama y llorar en posición fetal. ¿Sabes qué es lo que más duele de las sorpresivas partidas? Que uno siempre se siente bien pendejo, se culpa demasiado, se siente como si el monstruo existencial vomitará sobre todo tu cuerpo y te cala hasta en los huesos ¿Y sabes qué es lo peor de las repentinas partidas? Que nunca dicen el por qué, que no anuncian, que es como un golpe que nunca ves venir por más que mantengas la guardia en un parpadeo puedes ver derrumbarse todo lo que venías preparando. Te hacen sentir un culpable sobrio que nunca sabe de qué, y eso nunca te deja dormir entre eclipses y lluvias de estrellas, eso es lo más horrendo de las sorpresivas partidas.
Del libro: volverse meme te da publicidad, Quetzal Noah
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