Diario Viajero, Recomendaciones

Llegando a Palenque por Quetzal Noah

Hicimos dos horas por carretera de Villahermosa a Palenque. En el camino fuimos sorprendidos por iguanas que arriesgaban su vida cruzando la carretera de dos carriles. Me fui sin haber probado el pozol tabasqueño. Traté de comprar uno en la salida a Palenque pero dijeron que aún no estaba listo, era mediodía, tal vez olvidaron adelantar el horario. Al fin una carretera a la que se nota que sí se le destina parte de su cobro para tenerla en excelentes condiciones. 

De memoria sabía cómo era la entrada a Palenque y la desviación a las ruinas. Nos cobraron cien pesos por persona por pasar en coche más otros cincuenta que un par de chicos muy abusados cobran por di que cuidarte el coche aunque no les pertenece a ellos ningún pedazo de esa carretera. 

No dejan de asombrarte las ruinas al entrar y ver el Palacio y el Templo Calavera. La tumba de Pakal me vuela la imaginación. Un día escribí una historieta sobre aquel mítico emperador. Lo triste del recorrido fue que ya no se podía subir muchas escalinatas de los templos. Lástima porque así se podían sacar mejores selfies panorámicas del lugar. Dimos un recorrido en círculo hasta llegar a la cancha del juego de pelota y atravesamos un sendero de la selva por donde el río se quebraba para formar una cascada. Con el sudor pegado a las camisetas salimos para llegar al Café Fuga y firmar libros. Tenía un diseño muy elegante entre columnas de roca que hacían armonía con los árboles y entre ellos uno que otro monos saraguato quería venir a saludarnos. Lo único que reprocho de aquel sitio era que no tenía cerveza. Pero su mezcalita y su carajillo hicieron olvidarme de aquella pena.  Recibí un par de lectores. Los suficientes para darme cuenta que la semilla de mi obra sigue prosperando en lugares con un bajo índice de lectura. Uno de los chicos me platicaba de los poetas chiapanecos contemporáneos; él y su novia eran verdaderos seguidores de todo un movimiento literario. 

Al salir fuimos hasta la Cañada.  Recuerdo aquel lugar unos años atrás, ahora tenía más restaurantes y bares. Se veía como lo más fresa de Palenque. Nos hospedamos en un hotel con piscina porque queríamos refrescarnos. Bebimos cerveza para mitigar los bochornos. Cuando apagaron las luces de la alberca nos preparábamos para ir a cenar. Mientras esperaba a mi novia en una palapa pedía una cerveza. Un par de chicos extranjeros fumaban y escuchaban reggae. Me acerqué para pedirles un cigarro. Forjaron muy amablemente uno para mí con tabaco orgánico. Uno se llamaba Api y el otro Martens. Ambos veían de los Países Bajos. Martens tenía un negocio de flores artificiales y Api tenía una compañía de recursos humanos. Les dije que era escritor. Hablamos de cómo convertí mi hobby en mi trabajo. Me invitaron a fumar la fiesta relajada. Les dije que saldríamos a cena y Api dijo que tenía hambre. Fumamos en el puente cerca de la calle principal y fuimos por tacos. Quedaron encantados porque eran buenos. Api era musulmán y pidió dos de bistec y uno de pastor. Martens uno y uno. Bromeábamos sobre la pronunciación del pintor Van Gogh. Cuando les dije que a mi novia le gustaba Van Gogh pensaron que me refería a Bangkok la capital de Tailandia y reíamos tras la confusión. Insistieron en pagar la cuenta. Yo quería encontrar un lugar abierto para devolverles el favor con un par de cervezas pero ya era más de la medianoche. Al día siguiente ellos irían a hacer un tour por la selva. 

 

Quetzal Noah

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