Diario Viajero

¿Cómo me volví escritor?

“Estuvo raro” es lo que les respondo cuando me preguntan. Aunque con raro me refiero a que no me di cuenta de lo que significaba hacerlo todos los días que recuerdo desde que entré a la universidad hasta el momento en que gané unos pesos con mis primeras publicaciones. Y es que nadie me dijo cómo se hacía, porque incluso los mismos escritores que contactabas parecía que no estaban muy adentrados en el asunto o unos simplemente eran medio mamones. Una imagen de un chico de primaria viene a mí, entregando una copla a la profesora en tercero, era una tarea hacer una composición a la bandera, todos llevaron un trozo de himno y yo escribí un par de rimas memorables para un amateur de ocho años. Después en secundaria redacté varias cartas para tres de mis amores, solamente una tuvo éxito, sin embargo, no pensé que en esos trozos de papel pudiera existir una pizca del talento que se necesita para ser escritor, hasta ese entonces los escritores me parecían seres ficticios o fantasmas porque no conocía a ninguno y no sabía de nadie cercano que tuviera uno de ellos por conocido. Cuando entré a la preparatoria cambié mis gustos musicales de rap por las cumbias texano-norteñas y el rock, con ello aprendí mis primeros acordes de guitarra y en mi frustrado intento de no poder tocar ninguna canción comencé a escribir las mías con la música tal y como sonaba en mi cabeza. Los libros de pensamientos orientales y metafísicos se volverían mi universo literario, pues de ellos extraía frases y reflexiones que me llevaban a formular las mías, el oficio de pensar se convirtió en mi pasatiempo favorito. Dice Murakami que un pianista o un pintor necesitan preparación, invertir en horas de estudio y práctica, pero un escritor solamente necesita una pluma, papel y saber redactar, en palabras de Murakami “casi cualquier japonés podría hacerlo” me gusta mucho esa referencia porque habla de dos cosas: los japoneses son personas muy disciplinadas y tienen un nivel educativo alto. Cosa más cabrona para los aspirantes a escritores en México porque se cargan con un promedio de lectura muy bajo y eso puede afectar considerablemente el desarrollo de su obra, ni qué decir que uno de los hábitos favoritos de nuestros compatriotas es procrastinar. Y bueno, cuando terminaba la preparatoria, sin ninguna formación literaria más que el haber reprobado dos veces español, fui escribiendo mi primera novela. Yo casi no platicaba con nadie de ese pasatiempo mío de escribir. Solamente con dos amigos de mucha confianza, cuando les contaba la trama de mi novela, estaban seguros que sería un éxito. La prepa terminó y cuando entré a la universidad, uno de los primeros días de clases llevaba el cuaderno con todo mi borrador a mano, para mi pendejez, el cuaderno se quedó debajo de mi pupitre y nadie lo devolvió. Estuve triste un par de semanas y después me dije algo que perdura hasta estos días de tanto plagio en la red de mis textos “Podrán robarme un textos pero nunca el talento” . Curiosamente a los pocos días descubriría a través de un blog de un amigo la poesía, tenía una manera de escribir versos muy atrevidos, como si no le pidiera permiso a nadie, como si esas letras no necesitaran de moral para existir, era poesía en su estado más puro: que no pretende, que no te intenta convencer, era el rostro de un alma solitaria que buscaba el propósito de su existencia así como la eterna búsqueda del calor de una mujer. Y así, experimentando hice mis primeros poemas. Se volvió un hábito escribir todas las noches, con desmesurada pasión si lo hacía de jueves a sábado después de pasear por los bares del Barrio Antiguo y llegar a casa con todas las historias de conquista que no sucedían. Estuve escribiendo sin detenerme durante un año y medio, y no, no venía a mi mente el publicar un libro, estoy hablando que se trataba del 2008, los jóvenes no conocíamos los alcances que tendría el internet, escribir seguía siendo esa parte de mí muy aburrida de contar.
Los escritores antes de saber que son buenos son tímidos y retraídos, después llega el insaciable ego y las ganas de fama y se pierde el enfoque del camino. Me nutrí de muchos autores los años venideros. Una tarde de febrero circulaba por Facebook un cartel con una invitación a un taller de poesía llamada Poetry Slam. La cita era un sábado en un bar del Barrio Antiguo, había muchos escritores, me sorprendió, ahí estaban los escritores, eran reales, existían, no eran tan viejos como pensaba. La chica que impartía el taller era Dary, venía de Suiza y hablaba cinco idiomas, por ella conocí el manejo de la voz, la importancia del estilo, el imaginar lo que se decía y a James Joyce y Roberto Bolaño. Estaba José Miguel Soto que tenía un grupo de rap llamado Menuda Coincidencia, por él conocí la hermosura del bronce de Quevedo, el Siglo de Oro de la Poesía Española. Marcelo Reyes que me compartía mucho e Nietzche. Y así, me fui nutriendo de autores que me llevaban a otros y otros. Después de leer Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño la poesía se volvió el único género que quería explorar a toda costa, quería descubrir diversos métodos para hablar de una galaxia en una frase, lo que me gustaba de los poetas es que ya borrachos, no éramos poetas, ni hablábamos de poesía, nos volvíamos seres tiernos llenos de ansiedad y temores; por ello bebíamos en exceso. El grupo tuvo la finalidad de juntarnos en un evento llamado Poetry Slam donde cada poeta se subía al micrófono a recitar y cuando terminaba el público que no tenía ningún conocimiento de ritmo, métrica o cualquier forma le calificaba por el solo hecho de sí su texto llegaba o no a estremecerle una que otra entraña.
Cuando concluí la universidad, se desvanecía aquella imagen de estudiante bohemio, de poeta arrastrado al romanticismo de la pobreza y el rechazo. Tenía un dinero ahorrado por mis meses laborando en un banco y me fui de mi ciudad unos meses, vagué por Ciudad Obregón, Los Cabos, La Paz y Guadalajara. Al regresar fui a hacer mi servicio social en un centro de estudios ambientales de la universidad, ahí di con un libro sobre las especies endémicas de México y me llamaba la atención el maguey, al mismo tiempo terminaba un curso en línea de literatura de Ciencia Ficción y Fantasía de la universidad de Michigan. Leímos Alicia en el país de las maravillas, Alicia a través del Espejo de Lewis Caroll, Frankenstein de Mary Sheller, Drácula de Bram Stocker, Los cuentos de los hermanos Grimm, Narraciones de Edgar Allan Poe, El hombre invisible de H.G Wells, La marca de nacimiento de Nathaniel Hawthorne, Crónicas Marcianas de Bradbury y Little Brother de Cory Doctorow. Con la fantasía a todo lo que da tras leer a los hermanos Grimm, me topé con una convocatoria de Conabio y Conaculta de Canciones y Cuentos por México para crear una obra que hablara del paisaje mexicano. Esa tarde escribí diez cuentos entre ellos uno que resultaría ganador “Ximena y el maguey” una niña que se topa con una planta de maguey en el desierto y esta le enseña sus usos tales como el aguamiel, las agujas y la miel de la misma. El resultado de la convocatoria me inspiró confianza para continuar escribiendo, pues, comencé a sospechar que no era tan malo. Mandé muchos trabajos de poesía a decenas de convocatorias durante un año y medio, dudo que hayan si quiera sido leídos, pues como muchos saben, estos concursos están llenos de favoritismos y compadrazgos que se ceden los premios año con año. Por ello en el fondo me da gusto que hayan recortado los recursos del FONCA.  Algo que no te cuentan de esas convocatorias es que supone un gasto más o menos de quinientos a setecientos pesos poder concursar por los gastos de envío, las impresiones y los traslados que se gasta uno en trabajar la obra. Total, un tiempo me olvidé de intentar ganar un concurso y seguí mi rumbo. Me fui a vivir a Guadalajara y para no deprimirme por no tener trabajo y dinero me refugié en mi blog de Tumblr escribiendo una novela llamada “El viajero solitario” la cual hablaba de Lucas Emiliano, un tipo que se va de su ciudad con una guitarra y una mochila recorriendo el norte de México después de probar el peyote en Real de Catorce. El blog ganó unos seguidores durante unos meses, esos meses en los que probaba suerte como músico y estudiaba unos cursos de canto costeando mis gastos trabajando como bellboy en un hotel de la avenida Mariano Otero. No me fue tan mal, le abrí un concierto a Juan Cirerol y me faltó poco para uno de Carla Morrison. El mundo de los artistas se basa en saberse mover con los contactos adecuados, cosa que jamás hice como escritor, me fastidiaba ese ambiente pretenciosos que buscan superarse en vanidad por decir cosas que nadie pueda entender. Dejé Guadalajara y viví un tiempo en el pueblo de mi abuelo en Hidalgo mientras decidía si regresaría a Monterrey o tendría que hacer algo distinto. Fue entonces que leí de nuevo mi novela. Me di cuenta que mi personaje era aquello en lo que yo quería convertirme: un poeta mochilero. Así que con mil pesos, una guitarra y una mochila de estudiante dejé el pueblo de mi abuelo y me dirigí a Chiapas. En una central de autobuses me encontré un Smartphone con Word y me puse a escribir a diario, todos los días hasta que crucé el sur de México y viví en Flores, Petén en Guatemala.
Duré casi un año y medio fuera de México, siete meses durmiendo en el suelo de casas donde me daban posada, la arena y hostales tocando canciones mías y de otros en las taquerías, mercados, camiones y restaruantes . Yo tenía la idea de llegar a Costa Rica pero un problema con mi pasaporte me trajo de regreso. Para entonces mi blog ya tenía más seguidores y me llegaban solicitudes de muchas personas que compartían mis escritos. Fue en Guatemala donde descubrí a Roberto Vidas, un hombre que se hacía llamar a sí mismo poeta, nos emborrachamos y dijimos poesía a las chicas por toda la isla la noche que coincidimos.  La manera en que reclamaba su lugar como poeta en el mundo me hizo creer de nuevo en las palabras. Tuve una última parada en Puerto Escondido y ciudad de México. Cuando regresé a Monterrey pasaron dos meses para conocer a Sofía. Las cartas que le escribía para dejar en la puerta de su casa se volvieron un ejercicio literario y así al poco tiempo de que mi declaración de amor fallara yo terminaría en Mérida en donde asistí a un bazar donde vi escritores que publicaban sus poemas en fanzines y los vendían y pensé “yo podría hacer eso, quizás hasta mejor”. Y en Monterrey una tarde pensé ¿Qué tanto costaría hacer un libro? Y me salí a preguntar por todos lados, al señor de la tiendita, de los tacos, los herreros, los carpinteros, los eléctricos, si es que conocían un lugar, mi hermana me apoyó con una lanita yo tenía otra que había juntado trabajando en foodtruck de comida vegana. Así que mandé a imprimir los primeros ejemplares de “Para que te sientas bonita”. Me duraron cinco días. Le devolví a mi hermana su dinero con intereses. Tenía listo De las estrellas a Sofía y Teoría de la Fragilidad. Y yo seguí escribiendo, pero ahora, estaba ganando dinero por hacerlo. Ya no había nada que perder. Y creo que eso ayudó mucho. Trece años escribiendo desde que recuerdo y apenas hace cinco que arranqué. Hoy en día sigo leyendo, más que nunca, aunque he ido cambiando de preferencias, he ido creciendo, han madurado muchas cosas dentro de mí, es bonita la vida de escritor-rockstar, aunque llena fiestas, desmadre y cosas extrañas. Ser escritor es aventurarte en los recuerdos, la memoria, el ser, el viaje, querer plasmar esa energía que se mueve por tu cabeza y tus intestinos en un cúmulo de palabras que no sabes a dónde llegarán.

Quetzal Noah

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One thought on “¿Cómo me volví escritor?

  1. Pau dice:

    Conocer tu historia, Manuel, ha sido inspirador. Llegué a ti por recomendación de una amiga y debo decir que tus poemas me tocaron el corazón como muy pocos lo habían hecho. Recuerdo que cuando leía poesía en el colegio, lo odiaba. Era frustrante porque me sentía tonta. No comprendía las metáforas y sentía que todos podían entender su significado menos yo. Pero tus poemas son sencillos, son humanos, son reales y, por eso, fueron de mis primeros acercamientos placenteros y memorables.
    Ahora que te conozco un poco más y que conozco tu camino un poco más, me siento inspirada. Casi se me salen las lágrimas leyendo tu historia. Cuando vi que estudiaste Relaciones Internacionales y que terminaste siendo escritor, músico y hasta mochilero, me sentí el doble de identificada y también un poco decepcionada (descuida, no por ti, sino por mi).
    Actualmente estoy estudiando Negocios Internacionales en Alemania, pero una parte de mí sabe que me gustaría estar viviendo otro sueño y tengo miedo de pensar que puedo terminar conformándome con una vida que no me llena.
    Desde que tengo 8 años, escribo, aunque debo admitir que sin disciplina, solo cuando me siento con ganas e inspiración para hacerlo. Siento que me falta talento. Hablas de la voz, del estilo y yo no comprendo nada. Hace poco estuve tratando de escribir una historia y me di cuenta lo retador que es escribir diálogos y hacerlos sonar reales. Para variar, siento que nisiquiera tengo un vocabulario extendido ni suficiente… En pocas, no siento que mi talento es suficiente para lograrlo y tampoco siento que si lo hago y aprendo, podré lograr el talento necesario. Como bien dices, los escritores parecen seres fantasmales, utópicos, unos semi-dioses jajaja

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