Cuentos

La mujer pájaro

Cabo San Lucas , Baja California Sur 1 de Junio de 201…

 

El romance es el primo más simpático del amor, nos lleva por las veredas de incandescentes paraísos de locura, nos cura, nos libera de nuestras prisiones mentales y ataduras, el romance a su vez es pasajero, puede ser enemigo o aliado, traiciona cuando uno de los involucrados sufre ese trastorno llamado apego, nos recompensa cuando lo dejamos ser libremente por el tiempo que dure, cuando no lo llenamos de preocupación por mantenerlo, el romance viene a salvarnos, un día, una semana, un mes o sólo un segundo. Cuando se encuentra con el amor, entonces ambos están completos. Así viví por aquellos días junto a Danielle, entre los cerros y los cactus, entre la arena y los peñascos, entre las plazas y las calles, entre la noche y las fiestas, nos correspondíamos sin depender uno del otro,  sabíamos que éramos pasajeros, por eso no teníamos miedo a separarnos, era una mujer de las que uno no se debe enamorar: siempre llevaba un libro en la mano, aún se sonrojaba al recitarle poesía al oído, le gustaba verse bonita y arreglarse sin caer nunca en la vanidad del espejo y los comentarios ajenos, bailaba sin pena alguna, no se emborrachaba pero gustaba de beber cerveza, era amiga y compañera, podía hablar de pintura, teatro o de una vieja y ridícula telenovela, se reía de todo, de esas mujeres que en vez del bar preferían ver las estrellas con una buena compañía y una botella, viajaba, escribía versos, dibujaba, era perfecta. Dormíamos en la playa, en su cuarto o a veces nos quedábamos platicando en el pueblo esperando el amanecer, ella quería estar conmigo y yo con ella, me daba todo y yo lo único que hacía era tratarla como una mujer especial. Los hombres a veces piensan que a las mujeres hay que llenarlas de cenas lujosas en restaurantes caros, llevarlas de compras o impresionarlas con grandes regalos, cuando a las mujeres de corazón sincero les basta con tan solo hacerlas sentir que son como los anillos de nuestro Saturno, las lunas de nuestro Júpiter, les basta con que las cuidemos y que ellas se sientan protegidas, con que no dejemos de hacerlas sentir que son únicas, respetarlas y ser no el rey adinerado sino el verdadero caballero, hacerlas sentir lo que son: mujeres, verdaderos ángeles en nuestro camino y a ellas les debemos lo grande que en algún momento nuestras almas pueden llegar a ser. Yo no hacía más que eso, cuidarla, recitarle poemas que le escribía cuando amanecía y el cariño que ella me daba me inspiraba a ser con cada persona un hombre de bondad y de bien, una revolución de ideales románticos llegaba cuando su cabeza se acurrucaba en mi pecho.

Mutuas risas en nosotros hallábamos, deseosos siempre de estar tomados de las manos, cuando tristes estuvimos el alivio llegaba en un caluroso abrazo, sobraban los motivos para involucrarnos, sombras y nieblas quisieron ocultarnos, pero fuertes nos hicimos, el orgullo en nuestros anhelos nunca intervino. Hoy la ausencia es más fría que la noche en el desierto, aunque dos corazones sinceros concuerden en lo eterno, en este mundo, todos los amores son inciertos. El lunes por la tarde me encontraba con tocando la guitarra en la Plaza del Marlín, recibí una llamada era July, la noticia: Estaba en Guadalajara, tenía que ir lo más rápido posible, Ramiro había muerto. Mi amigo, mi cómplice, el viajero con el que vencí la muerte había dejado este planeta, no pude más que quedarme mudo y sentir como un vacío me comía los huesos, mis ojos se humedecieron y mis labios no se ponían de acuerdo para disponer de alguna palabra. Ramiro muerto estaba, no había nada que pudiera hacer, si no fuera porque le hice una promesa de darle una carta a sus padres que él me había aquella noche en que cruzamos para La Paz. Danielle me abrazó y le dije que me acompañara a la playa. Apenas sabía que Danielle venía de Francia, nunca hablaba de su pasado, pero siempre en nuestros momentos de magia me insinuaba que ella no pertenecía del todo a este mundo, hasta esa noche comprendí que siempre me lo decía en el sentido literal.  —No te preocupes en regresar, si tenemos que estar juntos los caminos celestiales harán todo lo posible por volvernos a encontrar. Yo nunca acostumbraba a regresar, sabía que el ciclo con Danielle había hasta ese día concluido, tal vez nos esperaba algo mejor cada uno, por eso tuvo todo lo que tenía que pasar, la vida nos puso en la misma vereda para tener el mismo aprendizaje, para recordarnos lo maravilloso que es el romance, para retomar la esperanza y saber que el amor está en un café, en una biblioteca, en la playa, en un barco, en una plaza, en el desierto, en la montaña, en cada lugar y a cada instante .

—Me hubiera gustado pasar más días contigo, semanas, meses, inclusive años, venir a diario a tu casa con nuevas palabras de amor en mis labios para dejarlas caminar en los caracoles de tus oídos, quedarme acariciando tu pelo cuando la luna devora la tarde, verter el fuego de mis locuras en tus tristezas oscuras, hacer planes de mudarnos e idear cual sería el mejor sitio donde podamos comenzar una existencia llena de arte en el esplendor de nuestras creativas existencias, decirle al ángel de tu soledad que yo te cuidaré y que es hora de que él se marche. Si un día llega a tu puerta de nuevo el fantasma que venciste y sientes que las estrellas poco a poco se van marchando y las luces de los planetas ya no alumbran el sendero de tus pasos, si sientes que cada canción es un alba de melancolía y los días te dan una señal que te trae consigo un recuerdo triste y tu corazón temeroso a la desdicha vuelve cada idea un mar de tormentos, no olvides quien fui, que te quiero y que sobre todas las desgracias que manchan tu espíritu estaré siempre deseoso de revivir entre nosotros aquello que alguna vez fue. Te quiero Danielle.

—Desde que llegaste a ese lugar no me quería ir, quería hablar contigo, algo viviendo dentro de ti invadía los colores de la tarde, el paisaje era una ficción constante, no pensaba en otra cosa que no fuera hablarte o que me hablaras, tus ojos viajeros eran dos lagos de espuma y lava volcánica donde quería nadar, tu voz una especie de música que nunca había escuchado pero quería volver a oír como cuando descubres por primera vez una canción que va a ser tu favorita, eras tan tú, tan real que no tuve miedo de acercarme y si en otra lugar te volviera a encontrar, no dudaría ni un segundo en hablarte de nuevo, sé que eres esa magia de la que hablan los libros, parece que te sacaron de un cuento con la misión de venir y darme los sabores de esa alegría que sólo tú sabes transmitir. Te llevaré pero no te puedo acompañar.

Danielle se arrojó sobre mis hombros, sus labios se volvieron espadas silenciando la furia del mar, su beso dorado infundió un desfile de caballos y abejas de jade sobre mi cuerpo. Fue hacia el mar, un trueno retumbo las entrañas del charco de vino salado y una niebla verde y rosada cubrió su simetría, vi cómo se alzaba un ala de tono esmeralda detrás del humo, su cuello se volvía rojo: se había convertido en un quetzal. Se abalanzó sobre mí y como un cohete con un brinco se disparó hacia el cielo. Desde arriba apenas la península era un pastel de tierra, cuerpos fugaces caían en las alas de Danielle (o mejor dicho de la hembra quetzal). En mi vida me había topado con mujeres que se habían vuelto locas, alcohólicas, otras mentirosas, algunas se volvieron licenciadas, otras ingenieras, esposas infelices o madres solteras, pero Danielle era la primera mujer que conocía que se volvía pájaro.

 

 

                                                                         El viajero solitario, Quetzal Noah

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