Cuentos

Qué bueno que te fuiste

Hola. Te quería decir que desde que te fuiste la neta me dio un bajón bien cabrón. Tuve crisis de ansiedad y comencé a beber y fumar mucho. Me la pasaba irritado y en las fiestas cuando me ponía pedo hablaba de ti y después me ponía bien malacopa con todos. Me volví esa persona a la que no invitaban a las fiestas y por ello mejor se iba a los bares para desahogarme con algún desconocido. Y si no hubiera sido por tu repentina partida, yo no habría llegado un jueves por la tarde a ese bar en Chapu donde había promo de chelas. Esa tarde conocí una morra que pasó caminando mientras yo contemplaba la calle. Se acercó a mí para ofrecerme unas pulseras de macramé que ella tejía. Le dije que no traía feria ¿Y sabes lo que me dijo? Al chile morro te ves bien aguitado, no te conozco,, pero ni un perro de la calle emana esa energía que traes, si ya no te sientes chido aquí deberías irte, siempre habrá un lugar esperándote que te quiere enseñar algo nuevo. Y entonces dije: vergas, tiene razón la morra hippie. Le terminé comprando una pulsera porque sus palabras me encendieron el ánimo. No fueron palabras sabias ni profundas, solamente fue algo que necesitaba escuchar. Creo que así vamos todos por la vida, olvidamos que valemos un chingo y que hay un mundo por descubrir como para quedarse llorando por una persona que realmente no te necesitaba en su vida y ni pedo.

De verdad, estoy muy agradecido de que te hayas ido ¿Y sabes por qué? Porque ese día que conocí a la morra hippie, regresé a mi casa. Agarré una mochila y empaqué mis cosas. Busqué en internet boletos de autobús y me fui a Querétaro. Fui a mi trabajo y les dije que renunciaba. Me di cuenta que a nadie le importó y que uno no se da cuenta que a veces pasa mucho tiempo en un lugar en el que se vuelve desechable. Cuando llegué a Querétaro traía como seis mil pesos. Me quedé en un hostal y conocí unos italianos que me dijeron que iban a ir a Puebla. Nos pusimos una pedota y me terminaron convenciendo de viajar con ellos. En Puebla no pagué hospedaje porque me quedé en casa de uno de sus amigos que vivía en el centro. Puebla tiene como un millón de iglesias en el centro. Conocí el Barrio del Artista y sobreviví comiendo cemitas. Los italianos dijeron que iban a tomar un vuelo a Cancún, pero que me podía quedar en casa de su compa el tiempo que fuera necesario. No quise abusar de su hospitalidad. ¿Y sabes qué hice? Me dejé fluir. Fui a la CAPU y dije: mi siguiente destino será la siguiente salida de cualquiera de estas líneas de autobuses. Me acerqué al ADO y la próxima salida era a Oaxaca. Para mi suerte en el autobús me senté junto a chico que estaba intentando escribirle algo a su novia, se veía que las palabras y eso de escribir no eran lo suyo. Así que le pregunté si podía ayudarlo y me dijo que sí. Le escribí como cinco poemas a su novia ¿Y sabes qué? Me pagó. Me dio quinientos pesos. Salió para mi comida y un hostal en Oaxaca.

Cuando llegué a Oaxaca caminé por el zócalo. Me tomé tres mezcales y comí gusano afuera del mercado. En Oaxaca la gente es muy amable y no tienen tanta prisa como en otros lados. Estando ahí, tuve la idea de acercarme a las parejas y ofrecer mis poemas de amor. Se los recitaba. Me daban monedas a veces y otras me los compraban. Bueno, en un día junté como mil pesos. Así me pasé como tres días en el centro. Y gracias a mi talento para escribir conocí a una pareja que me dijeron que iban a ir a comer hongos a San José del Pacífico. Me dijeron cómo llegar. Me subí a una camioneta en el centro y viajamos tres horas por la sierra. Conocí un pueblo que todo el día estaba nublando, hacía frío y tenían un café de olla inolvidable. Comí hongos en una cabaña con unos alemanes y me sentí bien ligero. De pronto entendí todo el significado de la vida y hablé con la gran energía del universo que se me manifestó en forma de un árbol con sombrero. Luego de ese viaje de hongos, los alemanes me dijeron que iban a ir a Mazunte. Nos fuimos en una combi y en el camino escribí veinte poemas.

Llegamos a Puerto Escondido, me puse una pedota en Zicatela y en la playa conocí a una banda que tocaba reggae. Les compuse una rola y les gustó. Me pagaron con cerveza y porritos. Me di cuenta que era muy feliz. Algunos dirían que era un conformista pero yo me sentí libre por primera vez en más de treinta años. En Mazunte dejé de preocuparme por el dinero por un rato ya que conseguí trabajo en un hostal y me ofrecían hospedaje. Y lo mejor: el hostal tenía un librero, cuando no había viajeros me la pasaba leyendo ¿Qué si conocí chicas? Bastantes, orientales, europeas, mulatas, hindúes, chilenas, uruguayas, argentinas y colombianas, guapas, simpáticas, nada mamonas; no como tú que decía que era muy naco ir a un lugar entresemana porque había promo de chelas. En fin. Me di cuenta que me limitaba mucho por miedo a no agradarte y eso me privaba de la persona de la que ahora estoy enamorado: yo mismo. No pienses que me he vuelto narcisista, mejor dicho, aprendí a darme mi lugar.

Bueno, te quería decir esto, te mando esta postal por si un día te sientes de la chingada como yo alguna vez me sentí te quiero decir que todo tiene una solución, aunque no sepas cuál y algunas veces es irse. Muchas gracias por haberte ido. Jamás me hubiera atrevido a tanto. He aprendido que, aunque las ausencias inesperadas pueden enloquecernos en realidad son el inicio de un viaje inolvidable. Y si estás teniendo un momento abrumador o difícil recuerda esto: algún día estarás con una chelita bien fría frente a una playa del sur riéndote de aquel momento en el que casi querías dejar de luchar.

 

Relatos caguameros, Quetzal Noah

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