Artistas y escritores independientes

¿Cómo vivir de tu arte sin morir en el intento? Parte 3

Lección 3  «Cuenta una historia»

 

En Monterrey, Guadalajara y Ciudad de México me subía a los camiones a cantar. A veces me bajaba con doscientos pesos y otras con nada. Yo pensaba muchas cosas: que la gente no traía dinero, que no traía humor, que yo cantaba de la verga, que en realidad no tenía talento. El síndrome del impostor siempre estaba presente, aunque a veces me iba bien.

Una tarde de junio llegué a San Cristóbal de las Casas y ahí me di cuenta de lo que venía haciendo mal. “San Cris” como le llaman los viajeros, es un pueblo donde convive la cultura tzotzil, los europeos, asiáticos, artesanos, mochileros, músicos y curiosos viajeros; en pocas palabras: es un pozole de ideas y visiones del mundo. Esa tarde, tenía mucha hambre y poco dinero. Llevaba mi guitarra. Pensé en tocar en algunas fondas para sacar unas monedas. Fui y no recibí ni siquiera una mirada que al menos se interesara en lo que estaba haciendo. Un poco aguitadillo me fui a caminar por sus callejones lamentando mi mala suerte. Llegué a la plaza principal y vi un par de músicos de aspecto hippies con un par de tambores africanos y una guitarra. Improvisaban unos ritmos y algunas canciones. Yo saqué la guitarra como si fuese amigos de ellos y me recibieron con un gesto de buena onda. De inmediato nos pusimos a improvisar. Luego de media hora uno de ellos, al que le decían el Azteca dijo: es hora de ir a talonear. Talonear: el arte de pedir dinero en la calle ofreciendo alguna gracia o arte.

Nos paramos frente a una cafetería y nos pusimos a tocar para los comensales. Tocamos dos canciones. Nunca voy a olvidar lo que el Azteca dijo al público aquella tarde cuando terminamos nuestro show: Buenas tardes a todos, somos músicos viajeros, a través de lo que hacemos nos ganamos la vida para continuar con nuestro viaje y seguir conociendo el paisaje mexicano, si alguno de ustedes quiere cooperarnos con una moneda nos haría de mucha ayuda, sino una sonrisa nos alegrará también el día. Ese día tocamos en tres restaurantes y sacamos como quinientos pesos en media hora. Lo entendí esa tarde: tienes que contar una historia para conectar con el público. Muchos hacen lo mismo que tú haces: pintan, cantan, bailan, escriben, pero quieren que la gente se acerque a ellos; su ego les quiere hacer creer que son mejores y que el mundo no merece su arte…por desgracia son los que terminan por no sobresalir. En cambio, si eres capaz de contar una historia de lo que haces y las razones de que exista tu trabajo vas a captar más atención, la gente ama las historias, ama sentirse identificado con algo porque ello le brinda una conexión con algo más profundo y su vida cobra otro sentido. Lo que hacía aquel músico era hacer que otras personas imaginaran de algún modo su vida de viajero, la imagen en sus cabezas era tan fuerte que les despertaba un deseo que tenemos casi todos los seres humanos desde que evolucionamos: el deseo de caminar y recorrer el mundo. Nuestros ancestros eran nómadas, constantemente explorando nuevos sitios en búsqueda de alimentos y nuevos recursos. La historia de un viajero es la historia del mundo.

 

Quetzal Noah

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