Qué bonito hacer un roadtrip con amigos, con gente chida, llenar el coche de historias nuevas y quejarnos de lo que está mal en el mundo así como desconectarnos de los teléfonos para comunicarnos como lo dispone nuestra naturaleza humana.
Mi amigo Enrique llegó desde Monterrey a Mérida y me echó una llamada. A veces olvido que Yucatán tiene bastantes pueblos y playitas como para quedarse donde mismo siempre. Pensé que sería una buena idea aprovechar la ocasión para darnos una escapadita. ¿Por qué no? Un jueves cuando con la tarde nublada donde la carretera está casi vacía. Salimos en parejas a eso de las once de la mañana.
De Mérida a Celestun hay una distancia de 83 kilómetros. En coche se hace una hora exacta. La carretera se encuentra muy bien conservada. El pueblo de Celestun no está explotado por la idea d progreso y la etiqueta de “pueblo mágico” que muchas veces daña la esencia del lugar y termina por volverse una fuente de ingresos económicos que sólo gozan algunos cuantos. De inmediato al bajar del coche un hombre oriundo del lugar se nos acercó para ofrecernos un tour de dos horas en lancha. Nos cobró mil quinientos pesos por los cuatro y una perrita. El mar estaba tranquilo y de un verde color jade que se parece a la esperanza y el ensueño.
Llegamos a una isla donde había un viejo molino de sal. Una moto taxi nos llevó por alrededor de dos kilómetros de selva hasta una laguna de sal que disfrutaban los flamencos. La parte no tan buena de la isla era la cantidad de mosquitos que huelen la carne foránea.La estructura de piedra del viejo molino frente al mar nos regalaba una de las mejores postales del recorrido.
Seguimos el recorrido en lancha hasta un ojo de agua donde uno que otro cocodrilo esperaba la mala suerte de alguno que otro despistado.
Continuamos hasta un estrecho pantanoso del manglar que formaba un río que por un momento te hacía creer que te encontrabas en el Amazonas. Entre las ramas y raíces de la fauna pantanosa vimos cangrejos y nidos enormes de termitas.
Terminamos el paseo en un “baño maya” en medio del mar donde el nivel de agua era muy bajo y según los lugareños, la arena te servía como un exfoliante natural. Aprovechamos para cubrirnos la piel. La lluvia se acercaba en una inmensa nube. Regresamos a la plata contentos ya que fuimos los únicos visitantes por ese día y aquel paraíso valió cada minuto recorrido.
Quetzal Noah