Esta lección la escribí hace unos años, cuando recién comencé a ganarme la vida gracias a la poesía y los libros independientes.
Había tenido muchos trabajos, explotadores y malpagados. Neta, a mí el mundo laboral casi me aniquila el entusiasmo.
Yo compartía mis escritos y a mucha gente les gustaron. Y así veía que el número de seguidores en mis blogs y páginas subía y subía. Hasta que un día tuve la idea de publicar mi libro. Ya se saben la historia: me rechazaron como en quince editoriales. Veía ese numerito y dije: hey, tienes lo más importante, un grupo de lectores, no necesitas una editorial.
Y fue así que un par de meses después aprendí a editar y una amiga diseñadora me ayudó con la portada para un libro. Salí a buscar imprentas y con los pocos ahorros que tenía lancé mi primer libro que fue un éxito total. Bueno, sólo eran cincuenta libros, y yo me decía ”¿pa qué imprimo tantos si a lo mejor no se van a vender?” y pue se vendieron. Con ese dinero saqué otro libro, y con el dinero de ese otro libro, otro y luego otro.
Me empezó a ir bien. Nunca creí que la poesía me daría para tanto. Pero lo más extraño fue que comencé a sentirme mal. ¿Has escuchado del Síndrome del Impostor? Es cuando subestimas todo lo que haces y le restas importancia a tu esfuerzo y tus logros. Yo decía: esto lo puede hacer cualquiera o al menos eso me querían hacer creer muchas personas que nunca han escrito un libro en su vida y dudo que un día lo logren.
Fui a terapia. Mi terapeuta me dijo: Mira, tienes algo que muchos quisieran tener, es un don que llevas que la vida te dio, no cualquiera logra vivir de escribir y es algo que debes honrar, tu trabajo es también una muestra de amor que te das a ti mismo.
Y entonces entendí que lo que me pasaba era que estaba saboteando mi propio éxito. Porque, en efecto, estaba más acostumbrado al fracaso, a que no me salieran las cosas, a que me quedaran mal con los planes, a que a la mera hora nadie quisiera trabajar conmigo. Así que cuando conseguí algo fue porque en realidad me lo propuse. Otra cosa: le tenía miedo a la abundancia. Estaba acostumbrado a una vida de carencias y de pronto que se me pagara bien y mejor que en cualquier trabajo por algo que yo hice a base de mis talentos me parecía como estar viviendo en un sueño.
Debo admitir que parte de mi éxito también se debe a alejar mis creencias de muchos paradigmas y limitaciones que existe en el pensamiento de mucha gente y otros artistas: nadie vive de la poesía, de escritor de mueres de hambre, en México no leen, no hay cultura en la ciudad y bla bla bla.
En fin, si tienen un sueño, aférrense y luchen y construyan un puente y hagan que en su día a día al menos dejen un ladrillo sobre él que los acerque más a su propósito.
Quetzal Noah