Diario Viajero

Tres ciudades en un día

 

Italia 28 de Marzo de 2018

 

Me dijeron que el autobús saldría frente a la estación del metro Cristoforo Columbus, había comprado mi billete de metro y entré al metro confiado, el autobús se supone que llegaría en cuarenta minutos así que tenía tiempo, estuve en el metro de Génova durante veinte minutos, se me había hecho un poco tarde, el autobús se supone que saldría a las doce, pasé por los torniquetes, se me acercaron dos inspectores y me pidieron mi billete, se los enseñé, me hicieron notar que no estaba sellado, eso equivaldría a una multa de cuarenta euros que tenía que pagar ahí o darme el ticket y pagarlo yo. Por pendejo decidí pagar ahí, no sé, estaba en otro país, no sabía que la corrupción en Francia, España, Italia y Portugal era similar a Sudamérica. Pagué y salí corriendo, pensé que el bus me dejaría, había un montón de personas en la parada, no había ninguna estación de autobuses entre Francia e Italia, eran solamente paradas y los buses rara vez estaban a tiempo, pensé que ya me había dejado, yo iba camino a Pisa, mi plan era pasar la noche ahí, estaba desesperado por llegar. El bus no llegó entonces busqué un blablacar y saldría cerca del monumento a Colón, recibí una llamada del conductor, hablaba en un tono enojado, no le entendía porque aparte hablaba en un tono rápido, así que fui con un taxista, le pedí que me explicara lo que decía aquel hombre. El conductor me indicó que tenía que ir a otra plaza cerca de ahí, y en ese momento apareció el autobús, el conductor se bajó enojado, los choferes italianos siempre estaban de mal humor. Me fui caminando hasta el punto de partida, ahí me encontré con el italiano, un hombre blanco, pasado de peso, de no más de uno sesentaicinco, esperábamos a otro chico, se le había acabado su crédito en el celular y le presté el mío para que llamara. Subió al coche, me pasó el celular porque el chico no hablaba italiano y él no hablaba inglés, le expliqué que nos encontrábamos en la plaza, le di indicaciones, a lo lejos vi una silueta llamando por teléfono, alcé la mano, los alrededores de la ciudad estaban viejos y sucios, el chico tenía aspecto árabe. Subió, nos saludó, dijo que se llamaba Ahmed, el conductor italiano se llamaba Roberto, partimos, iríamos hasta Pisa. Roberto y veinamos platicando, tenía casi sesenta, era muy católico, derecha extrema, con problemas de azúcar, dejó el alcohol hace algunos años, me hablaba de su cercanía con Dios, que lo que hay en esta vida es real, no una ilusión, una concepción contraria a la fe hinduista. Ahmed nos escuchaba, le pregunté de dónde era, dijo de Omán, estaba estudiando una maestría en Manchester y era musulmán, no muy apegado a la religión me decía. Roberto me preguntó de qué estábamos hablando y le dije todo. A Roberto le pareció gracioso decirme que le preguntara a Ahmed ¿qué había pasado con Isis? Como buen extrema derecha y católico conservador pensaba que todo lo que no dijera la Biblia era completamente falso. La verdad no es la verdad, la verdad es solamente lo que la gente quiere ver y aceptar, por ello estamos cada vez más lejos de ella, por eso reina la confusión. Sentí un poco de pena por Ahmed ¿cómo decirle sabes amigo este tipo es un idiota? Cree que es gracioso bromear con estereotipos de las regiones, así como cuando algún español me pregunta por el Chapo Guzmán como si yo me identificara con una guerra de unos pocos intereses que no me interesaban. Ahmed me dijo que no tenía problemas con esas bromas, estaba acostumbrado, uno se acostumbra a los prejuicios de las sociedades, creo que es más fácil pensar que la mayoría son cerrados y al tener la cabeza cerrada se tiende una atracción directa hacia la estupidez. Roberto no supo lo que hablábamos Ahmed y yo. Hicimos como una hora con treinta minutos de viaje, nos bajamos en la entrada del aeropuerto de Pisa y tomamos el metro, caminamos derecho, Pisa es una ciudad plana sin mucho por ver, le preguntamos a un hombre por la torre, resultó que era de Ecuador y nos indicó que siguiéramos derecho, caminamos en línea recta, el cielo estaba poniéndose de un tono celeste. Unas tres cuadras más adelante comenzamos a ver los bordes de la torre y un montón de turistas alrededor, había demasiados, quizás más de tres mil, era difícil sacarse una buena foto porque todos tapaban las fotos de todos. La torre estaba sobre un jardín, frente a ella una iglesia con una larga fila para entrar, fuera de eso no había demasiado por ver en Pisa. Mi idea en un principio era pasar la noche ahí, luego de recorrer la ciudad en dos horas opté por la propuesta hecha por Ahmed durante el viaje, parar unas horas en Pisa y tomar el tren a Florencia. En el camino a la pasamos por unas cervezas y un bote de papas pringles, el tren salió a las cinco cuarenta, encontramos asientos vacíos y cada uno sacó un libro. Llegamos a Florencia como a las siete quince, Ahmed ya tenía reservación en un hostal, me pasó el dato y yo hice la mía. Caminamos por un río seco, luego unos túneles con grafiti, finalmente llegamos a un edificio grande, más que hostal parecía un hotel, quedé de verme con Ahmed abajo. Salimos a dar un paseo por la ciudad, de pronto una vibra extraña nos invadió, estábamos excitados por la experiencia del viaje, un mundo de color y formas ahora estaba frente a nosotros, las ventajas del capitalismo y de poder ahorrar dinero en países menos desarrollados con ayuda de la corrupción, pensaba, de pronto me entraba un sentimiento de duda sobre si merecía estar en aquel lugar, pero algo dentro de mí siempre trataba de convencerme de que había luchado demasiado y soñado lo suficiente para estar ahí, Ahmed dijo que quería una cerveza, era curioso porque los musulmanes tenía entendido que casi no beben, su creencia es esperar el cielo para beber vino con las vírgenes que les prometen sus escrituras. Florencia me recordaba a Florencia la chica argentina que besé en Lima, también a Guadalajara por la fachada de algunos templos, las calles de centro eran estrellas y su domo una impresionante muestra de la arquitectura y la fe, los santos esculpidos al frente junto a muchos sacerdotes que no conozco. Ahmed y yo salimos por un callejón y llegamos a una calle con un local donde vendían unos enormes panes con salami y queso, eran gigantes, recuerdo que el tamaño de aquella torta era más o menos la circunferencia del rostro de Ahmed. Fui a caminar por unos cigarros y encontré una máquina expendedora, puse mi dinero y no me lo devolvía con una leyenda que decía “INSERTE LA LETTERA” pensé que se refería a una tarjeta de crédito así que lo intenté de esa manera y seguía apareciendo la misma leyenda, me acerqué a un par de chicos que pasaban por ahí, les pregunté por qué no servían, me explicaron que el sistema de salud en Italia te pide introducir tu credencial para poderte vender los cigarros desde una máquina, pues en la credencial de identidad aparecía el número de seguro social y si uno tenía problemas respiratorios la máquina no expendía el producto. Esa es la nueva manera de dominarnos, muy pronto insertarán chips en nuestra piel. Pude comprar los cigarros con la ayuda de una credencial de los chicos y les invité una cerveza, Ahmed estaba sentado ahí, nos quedamos platicando un rato y regresamos a nuestro hostal. En la entrada había mucha gente bebiendo y coversando, unos chicos de Estados Unidos y Canadá, un chico con hermosas facciones africanas con una mujer de ojos azules que se llamaba Sofía, venían de Roma. La pareja nos ofreció a Ahmed y a mí un toque de su mota con hachis, Ahmed le dio una calada al cigarro y le pregunté ¿También ustedes fuman? Ahmed dijo que él era diferente. Su papá tenía cinco esposas y sabía el nombre de sus más de cuarenta hermanos.

 

Quetzal Noah

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