Sentado viendo el azul del Caribe mexicano en las playas de Tulum, en una mano sostiene una corona bien helada y en la otra un porro que acaba de forjar junto a un brasileño con rastas que se hace llamar Marcus y un werito de Guanajuato al que apodan Placa. Carlos Francisco escucha una conversación sobre los caminos de piedra blanca que hacían los mayas, hablan de uno que conecta a todas las ciudades desde la reserva de Sian Ka´an. Carlos Francisco salió de Mexicali un día normal de febrero con la intención de ir hacia San Carlos a pasar unos quince días acampando, paulatinamente se fue dejando llevar por el viaje, y ahora frente a él, las olas calmadas le mandan un mensaje cifrado, el viento sopla en dirección a Bacalar. Marcus fuma del porro y dice que Bacalar está bien chido, ya aprendió varias jergas mexicanas, le rola el toque a Placa. “Califo” como llaman los viajeros a Carlos Francisco, se ganó dicho mote por Carlos y su procedencia de aquel estado del norte de México…
Ya llevaba varios días pensándolo, lo estuvo planeando con cautela, luego se dio cuenta que si uno planea demasiado puede complicarse el fluir, así que, inspirado un poco en Los Vagabundos del Dharma de Jack Kerouack reflexiona sobre el poder que ejerce la voluntad en la realidad. Califo tiene 28 años, sentía que su vida estaba pasando como cualquier otra existencia que se convierte en un engrane de la nueva era, una máquina diseñada para cumplir con los deberes, para moldearse al sistema del consumo, para no cuestionar más allá de los conceptos de libertad establecidos, una figura de arcilla que se manipulada con agresivas campañas publicitarias que exigen a los caballeros usar ciertas fragancias o coches para elevar el nivel de testosterona y así conseguir la inmediata aprobación del sexo femenino en búsqueda del fin más básico que es la reproducción. A sus 28 años Califo no ha fracasado en nada, porque nunca intentó nada nuevo, luego de estudiar la carrera de artes visuales consiguió un trabajo en una agencia de publicidad, en donde su pasión por el cine se vio lentamente devorada por la feroz competencia del confort, renunció dos años después para dedicarse a encontrar un trabajo en otra agencia, hay gente que cree que está haciendo cosas nuevas pero la verdad, si los analizas de afuera, sólo está repitiendo patrones cambiando unos cuantos nombres o lugares. Hasta aquí todo es completamente ordinario, a Califo le espera, un matrimonio donde se instauró la costumbre en los balcones del conformismo, la pasión es ahogada por esa fragilidad de la mayoría de los seres hacia la soledad. Califo va a su pequeño apartamento cerca de la avenida Juárez, planea que el fin de semana tal vez vaya de compras a Calexico por un par de tenis nuevos o un videojuego, cuando la vida es aburrida el dinero se gasta en cualquier pendejada cara. No sabe si tendrá esa noche sexo con Mariana, su novia, quien conoció en la universidad. Al caminar por las escaleras del edificio se percibe un aroma a incertidumbre, como si algo no fuera a estar bien, de pronto, le invade cierta tensión, piensa que está cansado, que tal vez sólo necesita sentarse a ver una serie y tomarse unas seis cervezas, darle de comer a su perro y un poco de sexo. Califo entra a su apartamento, no huele a cena preparada en microondas, no hay pizza fría ni comida china en la mesa, la nevera está llena de cervezas. Hay una nota en la mesa, un sobre que al verlo provoca un tic nervioso en los parpados.
Carlos no sé si poder jurar que te quiero, porque si te quisiera no me estaría yendo, o tal vez te quiera y haya dejado a un lado mi egoísmo, nuestro conformismo, para llegar a la conclusión de que no nos podemos engañar. Esta, tú lo sabes, no es la vida que merecemos, no se parece a lo que aquellos dos estudiantes soñaban. Carlos ya no me tocas, no me cantas canciones con la guitarra, no tienes ideas locas, no me escribes versos cursis (te decía que eran ridículos, pero sabías que me encantaban) te has consumido, como si una energía proveniente de una nave espacial te habría abducido y te puso otra alma. He intentado saber qué te pasa, siempre me dices que todo está bien, no te abres conmigo, no cocinamos, no nos duchamos juntos, no tenemos sexo en la mañana, no salimos al parque a pasear al perro. Carlos, debo admitir que también me estás consumiendo, mi deber ha sido escucharte, darte el aliento, pero siento que has sido egoísta y no preguntas cómo me siento, qué quiero hacer con mi tiempo, cómo me fue en el trabajo. No quiero sonar como una vieja loca que reprocha por nada, pero tengo razones, me siento hundida, vacía, a veces me deprimo, me frustra que todo sea tan monótono. Eres un buen chico, pero las mujeres necesitamos sentirnos amadas, bueno, los seres humanos en general. Carlos no me des lo que te estoy pidiendo, yo ya lo encontré en otro lado, perdón por decírtelo de esta manera. Carlos ya no me encontrarás en la ciudad, espero que no intentes buscarme, busca primero dentro de ti aquello que te tiene tan desconsolado y cuando lo resuelvas, podrás hacer feliz a alguien más.
Atentamente
Mariana
Carlos se queda sin palabras, su garganta no puede pasar saliva, su pecho se enfría, lo único que pensaba que tenía seguro en la vida aparte de la muerte creía que era Mariana. Carlos, va por una cerveza, se la toma en un trago, saca otra, luego otra, pone música house, se tira en el sofá. Es un tipo metódico, un hombre que no está acostumbrado al arte puede ser peligroso, es más susceptible a caer en la depresión, si tuviese gusto por la poesía, tal vez podría escribir de cómo en ese momento su corazón se convierte en salinidad para desbordarse por los cenotes bajo sus cejas, de pronto la canción dice Anything can happen. Carlos está cansado, se está quedando dormido, pero ahora se da cuenta de que está cansado, cansado de no poder haber sido él mismo, cansado de no tener idea de por qué paga las cuentas, cansado de no saber para qué está existiendo.
Los próximos tres meses son para Califo una serie de subsecuentes problemas existenciales, mientras se encuentra en el súper compra cosas cada vez más extrañas, por ejemplo un día se compra una cubeta de plástico la cual cuelga en una pared para agujerarla por la parte de abajo e improvisar una canasta de baloncesto. Otro día en la caja compra un paquete de todas las marcas de condones; Califo sólo ha tenido sexo con una sola mujer en toda su vida, y en veces, duda de que eso haya sido sexo. Tal vez la mujer se fue porque encontró alguien que la hacía sentir más importante, alguien que le preguntaba los detalles simples de su vida o de sus gustos, alguien que de vez en cuando siente el ánimo de sorprenderla, alguien que se la cogía rico también puede ser.
Califo está desmotivado, se ha dejado la barba durante una semana, su cabello luce alborotado, su ropa huele usado, su jefe le pregunta que si se encuentra bien. Califo finge que no ha habido nada trascendente, hasta el día en que lo encuentran en el comedor metiendo una lata de atún al microondas. Es entonces cuando compañeros de Califo le insinúan al jefe que tal vez eso se deba a la ruptura con Mariana. El jefe le dice a Califo que se tome unos días, a Califo parece no importarle. Se va temprano a casa, ahora invita a sus pocos amigos e intenta hacer una fiesta con temática de erotismo, eventualmente sus amigos llegan movidos más por la curiosidad que por el ánimo del concepto. Durante la mañana en que Califo limpiaba todo el desastre de la fiesta, en el excusado, se encuentra un libro flotando. Quién vergas tira un libro al excusado. Califo sabe que no es de él, porque Califo tampoco es un gran lector, tal vez lee una que otra pendejada espiritual para mejorar la vida y tener control de la mente. El libro es Los vagabundos del Dharma de Jack Kerouack. Lo saca por la ventana, con el calor de Mexicali el libro no tarda en secarse hasta quedar un poco deformado; aun así, es legible. Ha pasado una semana sin asistir a su trabajo, de pronto, le viene un sobre salto de entusiasmo, al leer a aquel vagabundo trepando a los trenes, comiendo alimentos enlatados, durmiendo en los vagones, despertando en otras ciudades para ir a acampar a las montañas, lejos de todo barullo. El problema de muchas personas que se deprimen en la ciudad puede ser porque olvidan tener de vez en cuando tener contacto con la naturaleza en su puro esplendor.
Cierta tarde Califo siente la necesidad de hacer algo fuera de lo común, así que toma su camioneta Chevrolet 2000 y sale rumbo a San Luis Río Colorado con la excusa de ir a buscar tacos hechos con tortilla sobaquera. En la salida ve a un par de viajeros, con mochilas gigantes, tienen atadas cobijas y tiendas de campaña en ellas. Levantan el dedo. La camioneta se detiene y Califo les pregunta a dónde van.
—Cámara carnal. Vamos para San Carlos, venimos subiendo desde Cabo San Lucas
—¿Cómo se llaman?
—Yo soy Ricky Tambor y este valedor es el Chango. Donde nos puedas tirar es bueno.
—Yo también voy para allá. Suban las mochilas a la caja
CONTINUARÁ
Las aventuras de Califo, Quetzal Noah